That's not your place || Fred H. Weasley

Tenía muchas cosas en la cabeza, quizá demasiadas desde que tenía que fingir ser una chica medianamente normal a la que el mestizaje de sangre le daba, cuando menos, igual. Se sentía útil pero incompleta cuando se veía obligada a sonreír a todo aquél que entraba en la enfermería del colegio y, mucho más, cuando tenía el deber de sanar los cuerpos de alguno de los que creía más que culpables de traición o mestizaje, eso era lo que en realidad le llenaba la cabeza de quebraderos que le hacían dudar de si en verdad merecía la pena continuar con la misión que Bellatrix le había encomendado en la dichosa enfermería del Colegio.

Y por ese motivo estaba allí, en la biblioteca, a las casi dos de la mañana del primer jueves del frío mes de Marzo. Llevaba la túnica abierta y debajo de esta el mismo uniforme de la enfermería que había llevado todo el día. Agradecía el silencio como si fuese un manantial en mitad del desierto, allí podía ordenar sus pensamientos y sus prioridades para volver a convencerse de que el colegio y su enfermería eran su lugar ahora, que la misión que tenía entre manos en aquél momento era del absoluto interés de Bellatrix... pero echaba tanto de menos salir a divertirse que a veces sólo podía dudar. Se removió en la silla por pura costumbre ye echó un ojo al puesto ahora vacío que ocupaba la encargada de vigilar normalmente la biblioteca; sólo había una pequeña lámpara encendida, muy cerca del libro que se suponía que estaba leyendo: Cualidades de las raíces mágicas y a cuántos metros encontrarlas. Y sí, simplemente hacía como que leía mientras se ocupaba de mantener su mente en blanco para prepararse para el día siguiente que, a todas luces, sería tan monótono y aburrido como el anterior.

Estaba perdida en sus pensamientos, en recuerdos de salidas nocturnas y el alivio que suponía tener a su hermano lejos, cuando un sonido le hizo alzar la mirada acompañando el gesto de un perfecto arco en sus cejas, buscando a quien fuese que osase a estar despierto a esas horas de la mañana. No, se recordó a sí misma, se supone que eres agradable y te gustan los alumnos. Cuando la figura recortada apareció a la luz de la vela, ladeó el rostro mostrando una de las sonrisas más indulgentes de su repertorio - ¿No se supone que deberías estar en tu dormitorio preparándote para un nuevo día de estudio? -. Era un joven Gryffindor, alguien que ya había visto alguna vez por los pasillos y del que no se había preocupado en lo más mínimo; un Weasley, creía recordar. Cerró el libro que tenía ante sus ojos y se recostó en la silla, manteniendo esa sonrisa amigable que jamás había sido verdadera - ¿Puedo ayudarte en algo o simplemente te han mandado aquí por andar de noche pululando a tu aire? -. Hizo un reconocimiento rápido del chico, un simple vistazo que le dijo que andaría por los dieciséis o diecisiete años, seguramente de los últimos años, aunque podría haber pasado por un estudiante de universidad si no hubiese estado en el Colegio. Quizá aquello resultase ser al final algo productivo para su causa y no sólo una pérdida de tiempo tratando de vaciar su mente.

”Por las noches la soledad desespera…”

Era una fría y mísera. Marzo había llegado arrasador. Los profesores se habían puesto estrictos con sus clases y tareas. Los alumnos, víctimas de esto y en conjunto con el horroroso clima que trajo el mes, se habían vuelto más paranoicos, maniáticos y temerosos. Obsesionados con sus exámenes finales y asolados por la situación actual de Hogwarts. Donde un director respondía ante Bellatrix y los Slytherin se abusaban cada vez más del resto de alumnos. Ni mencionar el “extravío” de muchísimos hijos de muggles. Y para colmo, todos debían hacer como si nada, como si todo aquello estuviera bien. Menuda estupidez.
Por esta razón Fred estaba más impaciente que nunca y más prepotente que antes. Buscaba romper las reglas de forma estúpida y cada vez entraba en más provocaciones estúpidas. Hacía que el idiota que lo provocaba se arrepintiera, claro, pero no por eso zafaba de los castigos y de tener que asistir a la enfermería. Por suerte Pomfrey, aunque vieja, seguían siendo cariñosa con él, había atendido a casi todos sus tíos, más de una vez, después de todo.
Pero, ¿qué hacía en la biblioteca a aquellas horas? Pues, creíble o no, se había quedado haciendo tarea. Debía muchísimos ensayos, pergaminos y entregas. Y sabía que tarde o temprano debería hacerlos y como aquella noche, con un humor de perros, no estaba con nadie, se puso a hacerlas. No había habido nadie en la biblioteca en toda la noche, puesto que llegó antes de la cena y no bajó a ella.

”espera por ti, espera por él…”

No sabía cuanto tiempo se había quedado dormido sobre aquel libro. Pero si sabía que era extraño que la bibliotecaria no lo hubiera echado cuando cerró. Ni se dio cuenta, ya debía haber estado dormido. Se incorporó, irguiéndose en la silla y limpió con el dorso de su túnica sus labios, algo babeados por la siesta improvisada e involuntaria. Luego se puso en pie y comenzó a andar, buscando la salida para marcharse a su dormitorio. Dobló en una de las estanterías para llegar a la zona principal de mesas cuando notó un farol encendido y una figura femenina sentada en una de las mesas. Escrutó con la mirada la incipiente oscuridad, forzando la vista. Hicieron falta recorrer cinco metros más con sus pasos para poder identificar a la ayudante de enfermería. No recordaba su nombre y jamás lo había atendido –una lástima verdaderamente-. Ella habló notando una voz cálida, dulce y demasiado amable. Rayos, eran como las dos de la madrugada y mantenía ese buen humor que le había visto alguna que otra vez. Imposible. —¿Y no se supone que tu en lugar de preguntarme por qué no lo hago, deberías regañarme?— formuló la retórica, totalmente cortante y sarcástico con acidez en sus palabras. Estaba borde, estaba con un humor de perros y le dolía el cuello por la forma en que se había dormido. No estaba para tragarse ningún cuento. —Lo siento…— se disculpó al oír sus propias palabras y tono de voz. —¿Pero porfavor, quién trata tan bien a alguien a las dos de la mañana? Ni que fuéramos a acostarnos ¿o si?— se intentó explicar mientras, a su vez, trataba de ver si podía coquetear con ella. Después de todo, cuando ingresó a la enfermería una joven pasante de medicina que era una semi veela prácticamente, había levantado el revuelo de todo el alumnado masculino.
—Quizás puedas ayudarme, y yo a ti, no creo que estés aquí por la compañía de libros, o tal vez si… pero quizás prefieras la mía ahora…— tuvo el descaro de proponer mientras rodeaba la mesa, en lugar de tomar asiento frente a ella, fue a hacerlo a su lado. ¿Cómo era que le decían? ¿Polvo mañanero? Si… eso buscaba ahora. Después de todo, no era mañana, era madrugada… pero contaba ¿o no? Además, bueno, no tenía nada mejor que hacer.