Little Gryffindor [Fred]

Era un buen día para salir a pasear por los terrenos de Hogwarts. El sol estaba en su punto máximo y para ese sábado en al medio día, los estudiantes aprovechaban la luz solar para divertirse en los alrededores del castillo, en especial el lago negro, donde el calamar gigante solía jugar con los alumnos, aunque algunos le tenían bastante miedo. Genevieve bajo las escaleras de la entrada, aquel día, la Slytherin no portaba las ropas negras que solía vestir, algo extraño, aquel día había decidido ponerse ropa blanca y arreglarse el cabello, algo que sin duda le daba un aspecto dulce e inocente. A ella le gustaba esa máscara, aunque algunos ya supieran como era, para otros era una gran sorpresa. Una pequeña sonrisa maliciosa curvaba sus labios y bajo el brazo llevaba un libro de pociones. Quería leer a la sombra de un árbol, aprovechar el día, por que sin duda, encerrarse en la biblioteca no estaba contemplado en sus planes.

Se dirigió a un árbol, que casualmente, muchos años atrás, había servido como lugar de lectura para su padre Severus Snape, aunque eso ella no lo sabía, algo le atraía a eso lugar, un extraño sentimiento de cercanía a ese árbol. Con un movimiento de su varita, limpió las raíces del árbol donde iba a sentarse para no manchar su perfecta ropa blanca y se acomodo, recargando la espalda contra el viejo roble. Abrió el libro en la página que anteriormente leía y comenzó su lectura. Deseaba escuchar música, pero había olvidado traer la radio, así que como música de fondo, se escuchaban las risas de los alumnos, los ruidos del agua y los naturales que había cerca al bosque. Se concentró en su lectura, cuando le pareció sentir la mirada de alguien, algo que intento ignorar, pero no lo logró, así que al alzar la mirada, localizó a un alumno de Gryffindor. Lo sabía por el escudo en su ropa, frunció el ceño levemente y se pregunto que estaría mirando.

Rodeo los ojos con suavidad y hablo—¿Se te perdió algo—le preguntó en voz alta y con seriedad.

Era un inusual día en el castillo aquella tarde. El Sol había salido y regalaba a los mortales con su más preciado bien: sus rayos dorados. Con estos, alumbraba y calentaba a quienes, hacía tiempo, habían olvidado como se sentía un día soleado, luego de sobrellevar aquel invierno arrasador. Las nevadas hacían días que se habían detenido y la nieve acumulada, era totalmente escasa. Por estas razones, era que en comienzo del fin de semana la mayoría del alumnado había aprovechado para salir a disfrutar tan esplendoroso día al aire libre. Y es que si Merlín les regalaba un día así en un invierno tan frío, en el que hasta se podía ir en sweater y sin mayor abrigo, era realmente estúpido desaprovecharlo.
Y allí se encontraba Fredward, caminando con tranquilidad sobre la hierba fresca, deleitándose con los rayos de un Ra benévolo, dirían los egipcios. Que acariciaba con sus suaves dedos el rostro del Gryffindor. Fue entonces, cuando caminando por los terrenos del castillo, llego hasta un claro, cercano al Lago Negro, dónde se encontró con una figura femenina y de cabellera rubia, leyendo a la sombra de un robusto roble inglés.
Era sumamente irónico, ya que se trataba de la misma hija de quién hacía ya casi cincuenta años, se había sentado bajo la sombra de aquel mismo roble a leer y fue víctima de los merodeadores. Conocía bien la anécdota, luego de haberle suplicado un millón de veces a su tío Harry, años atrás, que le contara todo lo que sabía sobre los merodeadores. Se conocía aquella historia de memoria. Como James y Sirius comenzaron a molestar a Snape, haciéndole volar en el ahora, escupir jabón por la boca y dejándolo en calzoncillos.
Pero la historia no se repetiría, después de todo, Fred era uno solo y ni eso importaba, simplemente aquella chica no le había hecho nada. Había estado todo ese tiempo mirándola, ensimismado en sí mismo, por lo que al parecer llamo su atención ya que le estaba hablando.
—¿Y si es así, qué?— contestó tajante el Gryffindor caminando solo unos pasos hacia ella, respondiendo totalmente desafiante y bravucón, tan solo por el afán de molestar. Esas ganas que acudían a él sin avisar previamente y no lograban que se comportara, atacaban desde que Roxanne había nacido, haciendo acopio de su oficio de hermano mayor molesto. —Sabes, es curioso que estés allí Snape…— ”si, sé quién eres, despreciable mortífaga” añadió mentalmente pero procuró no mencionarlo. Mientras tanto sus pies dieron otros dos pasos en su dirección, mientras la miraba a los ojos sin vacilar. Esperando así, que ella reaccionara.