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AÑO 2022. DESPUÉS DE LA PRIMERA GUERRA MÁGICA, LA PAZ REINÓ DURANTE LARGOS AÑOS. AQUELLOS QUE LUCHARON EN LA GUERRA CONTRA EL MAL, HICIERON SUS FAMILIA Y ACTUALMENTE SUS HIJOS SE ENCUENTRAN ESTUDIANDO EN HOGWARTS DE MAGIA Y HECHICERÍA.
TODO ERA PAZ, HASTA QUE REGRESÓ BELLATRIX LESTRANGE, QUE VOLVIÓ DE ENTRE LAS SOMBRAS FINGIENDO SU MUERTE Y ADUEÑÁNDOSE DEL MUNDO MÁGICO Y MUGGLE, HASTA DE HOGWARTS. UN NUEVO DIRECTOR REINA EN EL COLEGIO VOLVIENDO TODO A SU ANTOJO, TOQUES DE QUEDA, LOS SLYTHERIN Y MORTÍFAGOS SON DUEÑOS DENTRO DEL COLEGIO. LOS VAMPIROS SE HAN UNIDO A LA CAUSA Y AHORA ALGUNOS ESTUDIAN EN HOGWARTS, TODO PARA ACABAR LO QUE UN DÍA EL SEÑOR TENEBROSO NO PUDO TERMINAR.
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Mensaje por Invitado Jue Mar 06, 2014 11:09 am

La música estaba tan alta que los tímpanos de Margarett se habían insebilizado horas antes, impidiéndole escuchar correctamente las conversaciones a voz en grito, inconexas y cargadas de risas, que discurrían a su alrededor. Hacía calor, muchísimo calor. Daba gracias a Godric mentalmente de haberse puesto aquello y no el vestido de terciopelo o en aquel momento estaría desmayada entre los pies danzantes de los asistentes a la fiesta. Aún así, el pedazo de tela que faltaba en su vestido gris plata dejando a la vista toda su espalda, no era suficiente para sentirse fresca en esa atmósfera cargada en sudor y humo. Tampoco lo era el corto de la falda, que rodeaba sus piernas con un vuelo amplio y libre, como una amapola boca abajo, en la mitad de su muslo. Tomó al vuelo una de las copas que portaba un muchacho que ejercía las veces de camarero y se la llevó a los labios sin importarle demasiado el sabor con el que se toparía su lengua. Tan solo necesitaba algo fresco.

Y no era la única.

James no había escatimado en gastos para celebrar su decimoquinto cumpleaños y su popularidad más que destacable había sido suficiente para convertir esa fiesta clandestina en un hervidero de gente. Margarett sentía la boca pastosa e incomprensiblemente seca, a pesar de que no había dejado de beber aquellas mezclas de colores que a los chicos parecían encantarles pero que ella no terminaba de querer en contacto con su lengua. Amargo, fuerte, quemaba la garganta. No era la primera vez que tomaba alcohol, pero sí la que mayor cantidad llevaba empapada. Había perdido el rastro de Lily en uno de sus momentos de sofoco y mareo, pero no había sido capaz de encontrarla por mucho que se afanase en esquivar cuerpos, parejas y duelos desastrosos. Era consciente de que su aspecto debía de ser terrible, porque no hacía más que retirar su cabello del rostro y lo notaba encrespado en su parte inferior, oculta a los ojos de otros, en contacto con su nuca por la humedad que su cuerpo desprendía. Al principio de la noche había bailado con fervor y sus pies ahora se resentían.

Iba a empezar a maldecirse a sí misma por quejica cuando observó a un Fred bastante perjudicado tirado encima de James bocarriba en una estampa digna de admirar por unos segundos. La sonora carcajada de la chica no pudo percibirse por el escándalo, tampoco la risa continuada que continuó a ésta cuando el moreno se cayó hacia adelante en un arrebato de su primo, que parecía tener problemas para mantener los ojos totalmente abiertos - ¿Practicando tácticas de Quiddicht? - preguntó ella levantando bastante la voz, aunque el gesto de Fred dejó patente que no la había entendido. Pensó en aclararle la broma pero prefirió ahorrárselo, estaba sofocada y mantenerse de pie se estaba empezando a convertir en materia de EXTASIS. Apuró su copa y ayudó al muchacho a terminar de ponerse en pie, aunque desequilibrada sobre aquellos tacones, no quedaba claro quién ayudaba a quién – Creo que debería llevarte a la común – sentenció en un arranque de determinación, aunque deseando tirarse sobre aquel mullido sofá para dormir un rato. No podía mirar dos segundos seguidos al chico antes de comenzar a carcajearse sin remedio, ni sentido tampoco. Pero no era ella del todo en ese momento. Ninguno lo era.
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Mensaje por Fred H. Weasley Mar Mar 11, 2014 6:49 pm

”Princesa, de todos mis palacios…”

La música retumbaba, la gente se reía, el aire estaba viciado. Todo mezclado en un ambiente cargado y en donde ya se lo podía sentir pesado. La fiesta, estaba poco menos que en su zenit. Por no decir que ya había acabado. Y aún así, las parejas de chicos seguían merodeando. Los menos afortunados seguían bebiendo. Y los más depresivos, más borrachos que una cuba ahogaban sus penas en el hombro de un pobre fulano o un mejor amigo del que abusaban de su contención.
Sin embargo, Fredward ya no estaba al tanto de ello, él estaba con su hermano de toda la vida, con su mejor amigo. Festejando su cumpleaños. En la sección en la que se habían pasado más de la mitad de la fiesta, ambos moderadamente ebrios. Bueno, Fred estaba moderado, sin embargo hacía el tonto y James… simplemente no había aguantado el whisky de fuego. Ambos, rodeados de chicas. No podía ser de otra manera ¿cierto? Ambos estaban especialmente esmerados porque no eran meras chicas cotidianas, eran mayores, eran del último curso. Y no es que no tuvieran el autoestima para creerse capaces de la legendaria proeza… acostarse con una de último curso. Pero, no era una chance que se tenía todos los días, de hecho no era una chance que de por sí, se tuviera.

”Si me pudieran dar a elegir…”

Pero, de todos modos, aquel era el cumpleaños de Jimmy, así que no debía extralimitarse. Debía cumplir su rol de buen primo mayor. ¿Era mayor? Ya ni lo recordaba, que mal estaba. Como sea, ambos iban a por la misma chica, la cual, como si quisiera jugar con el lazo que unía a los muchachos, enviaba el mismo tipo de señales a sendos hormonados adolescentes. Y el único que se percataba de ello era Fred. No era que le molestara, puesto que si jamás habían peleado por una chica James y él, no iban a comenzar a hacerlo ahora. Pero, tampoco era descarado y sabía que su primo tenía interés por la joven Rockwood. Por lo que, como regalo de cumpleaños, tenía planeado facilitarle el trabajo.
Comenzó a hacer el tonto, para salirse de aquel grupito y poder salir de allí, una fiesta moribunda. No recordaba alguna en la que hubiera durado tanto. Es decir, en la que no se hubiera marchado antes con alguna acompañante a ligar con ella.
Pero allí estaba, cuando se lanzó sobre su primo, para fingirse knock out y luego caía al suelo ante el rechace y risas por igual de este. Un eco resonó a lo lejos, donde entendió su nombre entre el mismo, pero la música y su estado le dificultaron ubicar la procedencia.
Se puso en pie tortuosamente y cuando quiso darse cuenta, alguien ya estaba con el apoyándolo, ayudándolo a caminar. Rayos, ¿quién sería? No estaba de humor para coquetear y quedar bien con nadie, aunque él no era hipócrita, por lo que seguramente era alguien que le agradaba o… solo quería entretenimiento por una noche. De cualquier manera intentó librarse, a la que quería ahora era a Maggie. Y su primer polvo. Ambos por igual, pero por separado. Extraño, añorar tener tu primera experiencia por curiosidad, calentura, lo que fuera. Y por otra parte, añorar la compañía de tu mejor amiga del alma… extraño.

”Dónde y cuándo, yo quisiera morir…”

Pese a todo, seguía recargado en el hombro de aquella chica que tan amablemente se había encargado de ayudarlo. Le costó todo el trecho hasta la salida de la sala multipropósitos poder identificar quien era. —¡¡Maggie!! ¿Por qué rayos no me dijiste que eras tú! Ya estaba por rechazarte como a una niña de tercer año tratando de ligar…— bromeó sin filtro, el suave accionar del alcohol hacía que Fred no tuviera recatos. Que tuviera confianza plena –más aun- y no diferenciar momentos y personas con las que decir “a” o “b”.
Casi tropieza con un envoltorio de golosina, cuando al levantar la mirada se encontró con la de otra alumna, una Hufflepuff, mayor, pero de sexto. Que le miraba entre desaprobatoria e interesadamente. El Gryffindor, sonrió embobado, más propio de un imberbe que del aclamado Fred Weasley y susurró a Selwin. —Creo que podría hacerlo con ella… y de todas formas sería legendario, sigue siendo mayor… ¿no?— pensó en voz alta sin darse cuenta con quién estaba hablando.
Se aferró más al cuello de su amiga  e intentó de incorporarse completamente, a la vez que atravesaba el enorme portal de la sala que se había transformado en una fiesta, que poco menos de épica no se la podía calificar.
Lo cruzó junto a Margarett y resopló, quejica. —Merlín, las ganas de dormir que tengo… podríamos acostarnos aquí, ¿no crees?— dijo con un tono de voz desmedido. Con un tono que jugaba con el doble sentido, sin que él se lo propusiera.
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Mensaje por Invitado Jue Mar 13, 2014 12:28 pm

Se estaba apartando ese maldito mechón de pelo que no dejaba de cosquillearle el rostro, cuando Fred dejó caer su peso sobre los hombros de Margarett. Tacones, alcohol y cansancio podrían ser considerados los causantes de que ella se tambaleara y tuviera que rodear el cuerpo del chico con sus brazos para poder sostenerlo, con toda la fuerza que pudo aportar. Quedaron enfrentados, pero la diferencia de alturas era más que llamativa por mucho que sus pies estuvieran siendo torturados para parecer un poco más esbelta - ¡Ey, cuidado! No quiero acabar limpiando el suelo con el vestido, Fred – dijo ella entre risas, tratando en todo momento de tirar de él para alcanzar la salida. Se despidió de rostros conocidos con una sonrisa, que no desaparecía de su gesto en ningún momento, aunque la luz de las antorchas que rodeaban el portón eran de lo más molesto a sus ojos y la obligaban a arrugar el gesto y a fruncir el ceño.

Trató de girar el cuello cuando él habló para poder mirarle, pero solo atisbó su mirada entrecerrada y una sonrisa extraña en su cara – Venga ya, Fred. Ambos sabemos que tu no rechazas a nadie que trate de ligar – respondió negando con la cabeza, con cierto reproche y sin reírse esta vez, dejando que un suspiro liberara la presión de su pecho como respuesta a la referencia del Gryffindor hacia la muchacha que apenas conocía de vista pero que era evidentemente mayor que ellos. Se mordió el carrillo interiormente, quizás por continencia pero más probablemente por la falta de coordinación. Fuera cual fuese el motivo, la hizo enfadarse con esa Hufflepuff sin nombre – Ahora temeré a los de tercero... - dijo por lo bajo, mientras agradecía con un gesto al chico que sostuvo la hoja de la puerta mientras ella arrastraba a su protegido hacia el exterior.

Sus tímpanos seguían temblando, ensordeciendo los pocos sonidos que llegaban a ellos una vez en el oscuro corredor del castillo, silencioso y dormido como deberían estarlo ellos, pero sus oídos estaban inventando ahora otros nuevos sonidos en el interior de su cabeza. La muchacha era consciente de la fuerza con la que sostenía el cuerpo de su amigo, de Fred, del moreno – lo que fuera – casi a la altura de las caderas de éste, rozando su muñeca derecha contra el cinturón que atoraba su pantalón. Su mano se agarraba al jersey del chico con poca mesura y de seguro que lo había arrugado permanentemente en esa zona, pero no era algo que a ella le importase, estar cuidando de él le parecía suficientemente importante como para no pensar en otra cosa. Si bien era cierto que a Margarett no le hubiera venido del todo mal una ayuda para llegar a la sala común por su estado, ella se autoconvencía de estar en plenas facultades – Ya sabes que me gusta dormir en mi pijama rojo con leones, Freddie – dijo burlona, mostrando los dientes como si estuviera rugiendo, aunque esa era tan solo la intención, no el resultado obtenido. En otra situación se hubiera sonrojado y apartado la mirada, pero esa noche se sentía en superioridad.

Tonterías. Él siempre estaba por encima de lo demás.

Llegaron tras bastante caminar y poco avanzar a una bifurcación del pasillo. En esa zona no había vidriera vistiendo uno de los laterales del corredor y por lo tanto la luz era más tenue si cabía. Ella pensó en tomar su varita para iluminar el camino, pero la tenía a buen recaudo en el costado que se apoyaba contra el opuesto de su amigo y no estaba en disposición de hacer malabares. Frenó la marcha y trastabilló un poco víctima del cansancio. Miró hacia ambos lados, repetidas veces, seguida por su alborotada melena que estaba en parte atrapada entre su hombro y el brazo de Fred, causándole daño según el gesto, pero libre y juguetona en el lado opuesto para molestar a su visión y a su escasa paciencia. No sabía donde estaba, ni hacia dónde seguir.

Quizás por eso, derrotada, comenzó a reír. A carcajada libre.
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Mensaje por Fred H. Weasley Vie Mar 14, 2014 7:12 pm

”Contestaría, acostado…”

El atontado castaño, oyó la queja de su amiga. Y aunque aturdido por el resonar de la música y el mareo del alcohol, alcanzó a esbozar una sonrisa y reflexionar una respuesta, al menos, inteligente. A su manera. —Mejor con el vestido, por muy bonito que sea, que con tu cara, que lo es aun más…— replicó sin pensárselo dos veces. Mierda, era Maggie y aun así no tenía reparo en coquetearle. Y eso que no mentía, puesto que en verdad era bonita y eso, por muy mejor amiga suya que fuera, a Fred no se le escapaba. Claro que no era suficiente para que intentara victimizarla como “una más”. Porque ella no lo era. Al menos sobrio.
La respuesta de su amiga le tomó por sorpresa. Más bien esperaba una respuesta vaga e inconclusa, como las que solía dar cuando le hablaba de sus víctimas o sus futuras presas. Como que zanjaba la conversación sobre ese tema, siquiera antes de que comenzara. Pero esa vez fue distinto y el sarcasmo que utilizó le sorprendió y hasta le molestó un poco. —Que te den, yo no toco niñatas…— se defendió algo mosqueado, mientras le gruñía –ahora más en juego- luego de haberse recompuesto de la sorpresa, no muy agradable. Continuó la ardua caminata, prendido del hombro de su amiga. Estaba totalmente incómodo y cómodo a la vez. Como se trataba de Zoe, no tenía miedo de apoyarse en ella y usarla de verdadero apoyo amistoso. Pero a la vez, la pose en si, el cansancio y todo le hacían sentir irritado e incómodo.

”…feliz de estar a tu lado”

Percibía la mano de la castaña aferrada constantemente a su jersey. La tela de su ropa se tensaba bajo los dedos de Selwyn, arrugándose. Mientras que notaba su muñeca rozar constantemente su cinturón, sintiendo de esa manera el esfuerzo necesario de la chica para cargarlo. Justo antes de que se detuvieran, en un desolado pasillo, zambullido en la penumbra y la oscuridad, Fred se separó de ella. Lo que derivó en un trastabille y luego una caída, torpe y ridícula por parte del moreno. Sin embargo –con aun más torpeza- logró ponerse en pie, relativamente rápido. No quería abusar de su amiga, no quería que (literalmente) cargara con él. —Pues podrías dormir conmigo, total soy rojo por Gryffindor y un león a su vez… en cuanto a lo del pijama… no haría falta…— ironizó, con una respuesta tajante sin pensar siquiera en sus palabras. Mientras que a su vez, las procesaba sin analizarse de ellas; el alcohol había generado en él la necesidad de superar su complejo con la sexualidad. Tenía quince años y quería acostarse con una chica, por calentura, por hormonas o curiosidad. Y después de meditarlo, ¿su mejor amiga no era acaso la ideal? Sacudió su cabeza bruscamente, negando. Maggie no, Maggie merecía algo mejor que él, merecía cariño, delicadeza, suavidad y amor. Además jamás lo querría a él para eso, en ello eran totalmente distintos. Pero aún así, su subconsciente jugaba con él, puesto que considerándolo, por ser ella, la trataría como se lo merecía y la amaría, a su manera, pero lo haría.
Cuando llegaron a aquel pasillo, el silencio los consumió completamente. Era sepulcral y absoluto. Ni un mínimo ruido se escuchaba, siquiera la respiración agitada de ambos amigos llegaba a penetrar los tímpanos del joven Weasley. Nada. Era un silencio distinto, de esos que uno se daba cuenta al momento de sentirlos. Y fue entonces cuando Fred se dio cuenta, con varios minutos de retraso, del famoso “delay”, que estaban perdidos. Sin saber cómo y dónde, habían caminado hacia dónde no era. Y habían terminado, quien sabe dónde. —Al parecer, no llegaremos a la torre y no podrás ponerte ese pijama tuyo que tanto me gusta…— se le escapó esa confesión en su discurso. —Aunque rechaces mi oferta— concluyó su ironía, a modo de broma, adornando sus palabras con una risa jocosa y encantadora. Pese al alcohol su voz seguía siendo armoniosa y jovial, para nada pastosa o vaga e inconclusa.
Se apoyó en la pared y sacudió su cabeza, de pronto, ya no estaba tan mareado, la situación lo obligaba a no estarlo. Sus sentidos dejaron de estar tan adormilados y parpadeando varias veces logró acostumbrarse lo máximo posible a la luz del ambiente. Caminó lentamente y con cuidado por el pasillo, para no caer o tropezar, ya que no se podía decir que estuviera en pleno uso de sus facultades. Llegando a medio pasillos, el tacto de la pared cambió de la fría piedra a la suave madera, cálida. —Wow, aquí hay una puerta… seguro es un aula, pero no recuerdo que haya ninguna por aquí, quizás está en desuso… ¿quieres entrar Zoe?— la llamó por su segundo nombre y al oírse a sí mismo sonrió. Sonrió con ternura y satisfacción. Le encantaba su nombre, completo eh. Margarett le gustaba mucho, sí, pero solo porque su apodo era ‘Maggie’. En cambio Zoe… le volvía loco. Le encantaba eso de los nombres y su significado. Pero sin saber que representaba Zoe, le encantaba igual.
Volteó a ver a su amiga y ladeo un poco la cabeza, esperando su respuesta –que rogaba- afirmativa. No le apetecía comenzar a buscar el camino correcto, ansiaba ya un lecho. Para qué, era una cuestión totalmente distinta…
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Mensaje por Invitado Sáb Mar 15, 2014 1:36 am

Sus dedos se deslizaron por su propia nuca ahuecando el cabello ahumado y húmedo para dejar paso al frescor de la noche contra su espalda desnuda. Rascó sin mucho miramiento la zona media, donde hubiera estado el cierre del sujetador de haberlo llevado puesto, pues no podía dejar que una cinta de color piel estropeara la belleza del escote trasero siendo que su cuerpo no había terminado de desarrollarse y la propia tela metalizada del vestido sostenía lo poco que la jovencita tenía por esconder. Su piel se quedó marcada en líneas rojizas por el contacto despiadado de sus uñas, pero no sentía más que un ligero ardor placentero en esa zona. Se giró sobresaltada cuando escuchó un golpe, ahogando en grito el nombre de su amigo. La ebriedad le hacía reaccionar demasiado despacio para su gusto y estaba tan cómoda disfrutando de nuevo de la libertad de movimiento, que había olvidado que Fred no tenía en qué apoyarse. Intentó torpemente agacharse para ayudarle a levantarse, acuclillándose en esos tacones despiadados con bastante elegancia teniendo en cuenta la situación, pero él ya se estaba retorciendo sobre la piedra del suelo intentando ponerse dignamente en pie - ¡Pues claro que haría falta! ¿Sabes lo incómodo que es este vestido? No he podido sentarme en toda la fiesta porque se arruga con solo mirarlo – decía mirándose la falda y haciendo volar la tela de un lado al otro girando sus caderas. Levantó la mirada para ver si Fred había empezado a caminar y al toparse con su mirada sus pensamientos fueron más allá y comprendió el significado oculto de la frase del chico. Sus mejillas se volvieron rojas, como el famoso pijama – Oh, pues... - dijo sin saber qué responder confusa y derrotada al mismo tiempo. Nunca había estado con Fred bajo los efectos del alcohol pero parecía que esa condición rompía el velo de amistad que ambos tenían para tratarla como a alguna más de aquella fiesta. O quizás simplemente llevaba tratando con tanto fervor de conseguir a alguna mujer a la que encandilar que su mente ya no sabía discernir. Ese último pensamiento tranquilizó a una Margarett dolorida y cansada, dibujando una sonrisa en su cara que difícilmente podría verse en aquella penumbra.

Se evadió de allí, aquel estado parecía sumirla en una nube de pensamientos donde no terminaba de distinguir los recuerdos de los sueños, ni los miedos de los deseos. Tenía los ojos entrecerrados y sabía que terminaría por caer si sucumbía al cansancio que la invadía. Estaba imaginándose cómo sería dormir con Fred. De seguro que hablarían durante horas y ella no pararía de reír con sus ocurrencias. Quizás, él también quisiera abrazarla y acercarla a él para darle calor y hacerla sentir protegida, como siempre hacía. Un cosquilleo en el estómago. Se imaginó hundiendo su cara en el cuello del Gryffindor, notar su olor tan cerca como nunca habría podido antes, ni siquiera en los numerosos abrazos que se regalaban a diario. Dormirse escuchando su respiración y acariciando su piel. Dulce. Perturbador. Le costaba respirar, le faltaba el aire tan pegada a la piel de Fred  y abrió los ojos.

Frotaba su cara queriendo olvidar. Devolviéndose a la realidad.

Tragó saliva y se apoyó de espaldas en la pared. La humedad y el frío de la piedra del muro en aquella zona del castillo en contacto con su piel hizo que un escalofrío la recorriera y por un instante logró encontrarse algo mejor. Escuchaba al muchacho pero no terminaba de distinguir su silueta en la oscuridad – Nunca me has visto en ese pijama... - dijo al mismo tiempo que en su mente localizaba el momento exacto en que aquello sucedió, una única vez, un momento fugaz. Era navidad y sus padres estaban empecinados en disfrutar de esas fechas en un ambiente más cálido. México, lo recordaba perfectamente. Margarett había conseguido que le permitieran pasar esa semana con los Weasley, dos años atrás, y durmió en casa de Fred – eran unos niños – esos días. La chica salió de la habitación de madrugada hacia el baño, adormilada, encontrándose con Fred y James tramando algo a oscuras y riendo. Les saludó con la mano, solo eso.

Estaba masajeando sus sienes con desesperación, por el incipiente dolor de cabeza que la atacaba desde dentro, cuando la divertida voz de Fred volvió a sus oídos, todavía a medias en sus facultades – Al final, Fred, me vas a hacer creer que vas tan borracho como para confundirme con una chica de séptimo... - dijo sin mirarle, con voz cansanda y la garganta seca – No voy a volver a beber de eso – prometió de pronto – Ahora sé cómo debe sentirse al chupar la cabeza de un troll – arrugó la nariz asqueada, sentía cómo el estómago se le encogía. Pero no solo por aquella ocurrencia, sino por el nerviosismo que Fred parecía provocarle por primera vez en mucho tiempo. No parecía ser él, no la trataba como siempre. Lo doloroso era que al mismo tiempo le disgustaba y le esperanzaba, sumiéndola en un mar de sentimientos que no estaba preparada para ordenar tal y como se encontraba su cuerpo – Sí, entremos. Con suerte habrá algo similar a un colchón y no tendré que arrastrarme hasta la torre – dijo mientras asentía y arrastraba sus pies, con los tobillos agarrotados por la postura que esos zapatos les hacían adoptar, para acercarse a aquella puerta contra la que Fred apoyaba ya su peso – Me conformo con un sofá – dijo medio suspirando y entrelazando sus dedos con los de la mano de su mejor amigo, algo tan habitual pero al mismo tiempo extraño entonces, que la apartó con prisa y fingió tener que hacer mucha fuerza para tirar del pomo.

Evitaba mirarle. Tampoco podía verle.

Introdujo con disimulo la mano a través del lateral del escueto escote, hasta atrapar su varita escondida en su costado y susurrar un Lumos, como si alguien fuera a estar allí durmiendo y pudiera despertarlo. Se giró sobre sí misma, caminando y dejando que el resonar de sus tacones contra el suelo rebotara contra las paredes y estantes vacíos. La luz de su varita le molestaba, pero de otro modo estaría chocándose contra los pupitres cubiertos de polvo. No había rastro de nada que pudiera determinar para qué asignatura fue utilizada esa estancia abandonada, así que se volvió tratando de buscar a su ebrio amigo en la oscuridad, entrecerrando los ojos para ello – Creo que me tendré que contentar con una mesa – dijo encogiéndose de hombros, pensando que en ese momento bien podría quedarse dormida en el mismo suelo.
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Mensaje por Fred H. Weasley Lun Mar 17, 2014 12:54 pm

”Víctima de un sexo exagerado…”

El semblante del moreno se removió en lo que intentó ser una ceja arqueada. Pero más que eso fue su nariz la que se arrugó juntando las cejas. No sabía muy bien lo que hacía. Pero si entendía que ante esa respuesta su amiga no estaba muy perspicaz aquel día, o era demasiado inocente o había probado del alcohol servido aquella noche. —En ese caso no deberías haberlo usado… aunque yo no me apeno porque lo hayas hecho…— dijo con una sonrisita pícara dibujada en su rostro. Pese a su estado, aun estaba en condiciones de poder hacer uso de lo mejor de su carisma. Aun podía ser descarado y picaresco, divertido y elocuente. O al menos, en cierto grado.
Los ojos esmeraldas de la heredera de la casa Selwyn hicieron que perdiera el norte por una milésima de segundo, en cuanto entraron en contacto con los propios. Tenía unos ojos bellísimos, ¿cómo es que nunca lo había notado?
Quizás, solo quizás, si Fred hubiera notado las reacciones de su amiga. Quizás, sino hubiera bebido esa noche hasta lograr ese vago nivel intermedio donde no estás ebrio pero si dejas de pensar lo que dices y haces. Solo quizás, todo lo que estaba por ocurrir esa noche, no hubiera sucedido.
O quizás, simplemente se hubiera todo de otro modo, pero se hubiera dado al fin y al cabo. Porque no era hipócrita y el león ansiaba acostarse con alguien, aunque ese ‘alguien’ fuera su mejor amiga del alma.

”…sonriendo, mirando el techo”

De pronto, logró asimilar lo que él mismo en un principio pretendía. Aun en el sentido inocente de la acción. El dormir con ella. ¿Cómo sería dormir juntos? Nunca había dormido con alguien más, excepto Roxy. Pero Roxanne era su hermana. Y por más que Maggie no estuviera lejos de serlo –al menos en el sentido del cariño, confianza y entrega- seguía habiendo una diferencia. Por muy mínima que fuera. Se imaginaría rodeando el cuerpo de la esbelta Gryffindor con un brazo mientras utilizaba el otro como almohada a falta de un lecho propiamente dicho. Visualizaba que pese al cansancio, serían capaces de quedarse despiertos dos horas más, simplemente hablando y riendo. Se imaginaba a él y a ella, llegados al punto en que podía decir cualquier idiotez y Maggie reiría igual. Se perdería en la mirada de Zoe y sabría que aquel momento era perfecto, porque así era su relación. No necesitaban nada más que ellos mismos. El uno al otro. Una mirada bastaba en más de una ocasión, podían leerse los unos a los otros hasta gestos acallados.
Su replica le llego vaga, como si estuvieran hablando a kilómetros de distancia en una cueva, y por el susurro de un eco lejano se pudieran comunicar. Cuando en realidad, estaban a menos de quince metros de distancia. Estaba mareado –pese que ahora se encontraba mejor que antes- y el cansancio lo tenía completamente agotado. Sabía que debía encontrar entonces, algo con lo que distraerse sino quería quedarse dormido apenas entrarán en el aula. Pero antes debía hacer algo… ¿Qué era? Ya lo había olvidado. Se quedó unos escasos minutos en silencio hasta que la respuesta llegó por si sola haciéndole sentir un chico demasiado estúpido. Responderle. —Es cierto, pero aun así, tu con cualquier cosa que vistas contagiarías de belleza la prenda…— dijo de manera pomposa, más buscando que riera a que se sintiera halgada. Aunque esa noche, todo era distinto y esa noche, si quería halagarla. Producto del alcohol si se quiere, de su subconsciente sino. O de sus hormonas. ¿Quién podía decirlo con certeza? Nadie. ¿Lo peor? Es que podría halagarla cuanto quisiera y no querer ligar con ella, que aun así, no mentiría… Porque la verdad era que, además, no sabía de que pijama hablaban.

”Con tu cabeza en mi pecho…”

Su comentario le sacó de su somnoliento estar. De su divagar embelesado y su seducida sonrisa por Morfeo. Hizo que se avispara, en gran medida. Porque aquel comentario tajante y filoso, tenía tanto de divertido como de sarcástico. De venenoso como bromista. De irónico como de inocente. Arqueó una ceja mirando hacia donde creía que estaba ella, pues la escasa –por no decir nula- luz del ambiente, le impedían distinguir su silueta. —Ten presente que sé con quien trato, pero si quieres me callo…— dijo con un claro tono despectivo. No estaba en sí mismo tanto para bien, como para en ese momento, para mal. Entonces acompañó el silencioso final de su frase con una risa sarcástica que cambió el ambiente. —Eres una floja Zoe, ni que fuera algo feo encima…— le reprochó burlón, pese a que el no había disfrutado los tragos tampoco, al menos no como creía que lo haría en la expectativa de la fiesta. Pero la realidad siempre nos vive sorprendiendo.
La metáfora de su amiga, sobre la cabeza de un troll y su sabor, no hizo otra cosa más que generar una risa tan potente y enérgica en Fred que podría haber despertado a todo el castillo. Pero no era solo potente y enérgica, sino que además era totalmente natural. Totalmente auténtica. Y es que amaba el sentido del humor que a veces tenía su amiga, su mejor amiga, hasta en aquellas situaciones. —Conténtate que no has probado el sabor de sus mocos al menos… Tío Ron casi lo hace en segundo…— comentó divertido mientras notaba los pies cansados y como se quejaban –mudos como siempre- de tener que soportar su peso. Querían descansar ya.
Asintió ante la respuesta afirmativa recibida por su amiga y la esperó, abriendo de un manotazo la puerta. La imagen que dio a lugar, fue bastante desesperanzadora respecto a las ilusiones que había mencionado la castaña sobre un sofá, o un colchón. Pero aun así era un sitio. Se notaba el desuso por el estado de los pupitres, las estanterías vacías y las telarañas –ya abandonadas- de arácnidos en las esquinas del aula. El polvo se amontonaba en algunas esquinas y sobre algunos bancos. Y no había ventanas. No había umbrales cegados, tablas bloqueando la vista. No. Directamente no había ventanas. Por esos mínimos detalles a veces la misma magia que había sido su mundo desde que fue concebido, aun le sorprendía.
Fue entonces cuando su ceño se frunció, recordando el suceso hacía segundos. ¿Ella no había podido abrir la puerta y el con un simple manotazo si? ¿O primero buscaba su mano y luego la rechazaba? No aceptaría eso, lo segundo, su orgullo se lo impedía. Era imposible. Gruñó y tomó la mano de su mejor amiga, asiéndola con fuerza para luego pegarla a él y rodear sus hombros. Era testarudo, impulsivo, perseguido y bastante gruñón cuando se lo proponía. Y la idea de concebir el que ella le rechazara a él, le cabreaba de un modo que jamás se había imaginado, de ahí el arrebato por abrazarla. —Quizás no haya un colchón, un sofá… pero podrás usarme a mi de ello si te apetece…— contestó medio en broma, medio en serio.

”¿Sabes?, me cuesta hacer este viaje…”

Luego de haberse separado, el castaño se quedó como bobo viendo que eran esos movimientos de su amiga, más parecidos a un contorsionista que a ella. O al menos así le hacían parecer las sombras de la habitación. Y cuando estuvo a punto de preguntar que hacía, una luz incandescente le cegó. Soltó un improperio mientras cubría sus ojos con el dorso de la diestra, protegiéndolos. —Maldición!— exclamó al compás de los tacos aguja que su amiga hacía resonar contra la madera del suelo, al moverse por la estancia.
Al escuchar su comentario, logró dar unos pocos pasos hacia el origen de aquella melodiosa voz tan conocida. Poco a poco sus pupilas se contrajeron, hasta acostumbrarse a la luz y ya no tuvo necesidad de cubrirse con una mano. Aun así, si se quedaba más de cinco minutos mirando hacia donde se encontraba la ojiverde, debía apartar la mirada encandilado. —¿Una mesa? Prefiero el suelo…— dijo como si estuvieran negociando, como si tuvieran o fueran siquiera a dormir juntos, abrazados, mirándose y riendo, hasta que Morfeo finalmente les venciera…
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Mensaje por Invitado Miér Mar 19, 2014 1:33 pm

Hacía tiempo que abrazar a Fred no se sentía como años atrás. No era infantil y desinteresado. Tampoco desprendía un cariño fraternal y sincero. No. Margarett evitaba ser la que regalara abrazos al muchacho en primer lugar porque sentía demasiado cuando lo tenía tan cerca, rodeándola con su cuerpo y acercándola a su pecho. Le encantaba, lo adoraba, le encandilaba. Pero dolía irremediablemente. De no tener sus sentidos algo aletargados a causa de lo que podría denominarse sudor de troll, la Gryffindor bien hubiera podido sentir los latidos el chico en contacto con sus manos, que se apoyaban a media altura en su espalda, acoplándose a esa nueva postura con ganas y al mismo tiempo frustración. Tenía su mejilla apoyada en el hombro de él y pudo escucharle hablar, su voz aterciopelada recorrió el escaso espacio que separaba los labios de Fred con la oreja de ella y la hizo estremecer por el doble sentido de su proposición. “Oh, Margarett” - se reprochó para sí, por ser capaz de tergiversar las palabras de su amigo de forma semejante. Pero el solo hecho de imaginarse durmiendo sobre él la turbaba demasiado y le hacia jirones el estómago. Sintió cómo su cabello golpeaba accidentalmente la mejilla del muchacho mientras hacía un esfuerzo por apartarse de la forma más natural posible y reposaba su peso en una de las bancadas polvorientas, respirando de mala manera y odiándose como nunca. Ella había aceptado continuar con esa amistad que tanto la confundía, no podía ser ahora quien nadara en ese pozo sin fondo esperando ser empujada hacia un torbellino que no sabía donde la podría conducir.

Llevaba la varita en la mano y se paseaba por la habitación, queriendo inconscientemente alejarse del chico y encontrar algo desagradable que la empujara a alejarse de allí y retomar el plan de dormir en la comodidad de su habitación. Pero la parte de ella que ansiaba dormir con Fred vislumbró lo que debió ser una alfombra en su día, atrapada bajo las patas de madera de la mesa docente. Sus colores estaban atenuados por la suciedad, pero su tamaño era lo suficientemente grande como para tumbarse en cualquiera de las direcciones y no sobresalirse por ningún extremo – Mi cuerpo no está preparado para dormir en el suelo, Fred – dijo con total sinceridad, desechando la idea de dejar la piel desnuda de su espalda en contacto con la fría y dura piedra, que en baldosas de gran tamaño, conformaba el suelo de la estancia abandonada. Se giró un instante para localizar al chico en la habitación y, de reojo, comprobar que la puerta estaba ahora cerrada. La idea de privacidad la tranquilizó sorprendentemente y se dio la vuelta de nuevo, atrapando su cabello tras su oreja izquierda con la mano que no sostenía la varita – Está sucia, pero quizás mejore un poco así...  - dijo hablando más consigo misma que con el propio Fred – Fregotteo  – conjuró en voz no demasiado alta, describiendo una forma en el aire y apuntando al tapiz que, envuelto en un humo amarillento que fue disipándose en pocos segundos, volvió a adoptar sus colores. Rojizos y pardos, con franjas amarillas, pareciera que estaba esperando que los dos Gryffindor reposaran en ella toda la noche.

O al menos lo que quedaba de ella.

Dejando a un lado su parte más Selwyn, correcta y formal, Margarett se dejó caer en la alfombra comprobando ya sea de paso que su peso no hizo levantarse nada de polvo y satisfecha de su pequeña victoria sonrió hacia donde creía que estaba su amigo. Le dolían los pies. Había llegado el punto en que solo sentía un hormigueo en sus tobillos pero el resto de ellos parecían estar aletargados y enterrados en bloques de hielo, ardientes al mismo tiempo. La castaña bufó incómoda, disputando mentalmente si hacer o no lo que venía a su mente, hasta que sus manos masajearon uno de sus tobillos y decidieron que mandar ese zapato al Diablo iba a ser la mejor decisión de la noche – ¡Se me ocurre algo! – exclamó de pronto con evidente emoción, tapándose luego los labios con la palma de su mano libre y conteniendo una risa al pensar que podrían ser descubiertos en mitad de semejante fechoría. No quería que nadie les descubrirera. Queria estar a solas con Fred lo máximo posible, aunque era extraño admitirlo. El troll seguí dentro de su sangre, podía notarlo bullendo con su sabor amargo en toda ella. Parecía que ni sus pensamientos podían ser controlados y eso la hacía sentirse despreocupada en muchos momentos – Yo aceptaré que de verdad crees que soy bonita, si tu me demuestras que estás en plenas facultades – sentenció señalándole con el zapato de tacón de plata metalizada apuntando al muchacho donde quiera que se encontrara, como si fuera una varita mucho más mortífera que la que había estado iluminando la sala y que ahora reposaba junto al cuerpo de Margarett, sobre la alfombra, mientras que una pequeña y danzarina esfera de luz sobrevolaba la cabeza de la muchacha iluminándola de un modo algo angelical, pero tenue y soñador. Ella esperaba a que el Gryffindor se acercara un poco más para poder distinguirlo, pero no veía rastro de él y por un momento pensó que se había quedado sola. Frunció el ceño y siguió contando su plan, aunque con voz más dudosa y moviendo el cuello en un vaivén que trataba de percibir algún designio de su … su Fred.

Tienes que destruir estos zapatos malditos que lanzaré al aire - ¿preparado? Era lo que iba a preguntar, pero no quería lanzar nada sobre ella que pudiera caer contra su cabeza si es que el chico se había dormido sobre alguna mesa mientras ella hablaba sin verle – ¿Fred? – preguntó con preocupación en su gesto y abrazándose el cuerpo, pues ahora sentía el frío húmedo de la habitación. Se quitó el otro zapato con ayuda del pie contrario y quedó descalza sobre la alfombra, sintiendo el cosquilleo de su tacto ¿Sigues...despierto? – entrecerró los ojos, entornando la mirada que no acababa de acostumbrarse a ese ir y venir de luz. Quería verle, de nuevo. Ese gesto despreocupado y sonriente que tanto le gustaba. Esa tez algo morena y esas cejas perfectas. Esos ojos penetrantes.


Por Godric. Lo que necesitaba era dormir.
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Mensaje por Fred H. Weasley Lun Mar 24, 2014 1:22 am

”No, no es que no tenga esperanza…”
Disfrutó de la magia de aquel abrazo, perdiéndose en la eternidad. Porque, inigualable, aquel contacto de los cuerpos, cariñoso e inocente, tenía una magia peculiar. Lograban que el muchacho acompasar su respiración con la femenina, que el calor corporal desprendido por ambos se fundiera en uno solo. Además, hacía que el joven león perdiera noción alguna de tiempo u espacio. Simplemente allí estaban, ellos dos, abrazados el uno al otro. Flotando en la nada misma, imperturbables, inamovibles. Intrascendente en el significado más valioso de la palabra. No podían cambiar, no era relevante. Solo importaba ella, el aroma que desprendía, la suavidad de su cabello y lo tersa que era su piel.
Sin embargo, su inesperado estremecimiento le devolvió a la realidad. Una sonrisa asomó en su semblante, pues, quisiera aceptarlo o no, estaban jugando. Y un juego que Fred se sabía de memoria, pero que no tenía idea de hasta donde podía llevarlo.
Un cosquilleo efímero y fugaz le recorrió por la mejilla izquierda. Producto del glorioso danzar de los cabellos castaños de la ojiverde, deslizándose sobre su blanca piel al separarse ella de su amigo. Cosa que lejos de entender el por qué, el muchacho lamentó.

”Yo confío mucho en tu enseñanza…”

Dejó su mirada divagar, sobre la silueta de su amiga, en la penumbra. Su mente, sin embargo estaba en blanco. El cansancio le impedía pensar en otra cosa que no fuera un lecho de plumas y sábanas limpias. Pero bien sabía que debería contentarse con un suelo frío de piedra y el cuerpo caliente de su amiga encima. O eso creía. —Y yo ya te he dicho que no dormirá sobre le suelo Zoe…— insistió en el asunto, chasqueando la lengua. Como si le irritara el hecho de que no lo tomara en serio. Cosa que era cierta, en ambos sentidos bilaterales del pensamiento. Puesto que una cosa no contradecía la otra y más bien, eran causa y consecuencia. A su vez, de una serie de eventos que condujeron a todo ello.
La voz de la castaña ya le llegaba vaga e imprecisa, sin embargo algo le dijo que no le hablaba a él. Aun así, no se tomó la molestia de comprobar esa sospecha. Total, si le preguntaba algo, volvería a repetirle la pregunta. O no, daba igual. Entonces oyó resonar, esta vez con una claridad total, el nombre de aquel hechizo. Se acercó un poco para intentar distinguir que sucedía y fue entonces cuando notó el pedazo de tela siendo limpiado y fregado, producto de la magia convocada por su adolescente acompañante.

”Vos confia, confia en mi aprendizaje…”

El sonido sordo de un cuerpo impactando, con suavidad sobre el terciopelo de algo amortiguado llegó hasta los oídos del muchacho. El Gryffindor había decidido, en un arrebato de lucidez, molestar a su amiga. Así que no había tenido mejor idea que esfurmarse de su vista. Caminando en silencio y con sorprendente agilidad. Parecía inverosímil que el castaño que hacía minutos necesitaba una mano amiga para caminar, ahora estuviera en –sin exagerar- pleno uso de sus facultades.
Caminaba y se deslizaba en la oscuridad, como si las sombras fueran sus propias aliadas. Así, llegó hasta la espalda de su amiga. Situándose detrás de lo que en su momento debió ser el escritorio del profesor. Sumergido en el silencio más abrasador, esperó, quieto. Se quedó a la expectativa de la mejor chance para salir a la luz, asustándola.
Una ceja se arqueó en su semblante, al oír la propuesta de su amiga. Lo que además generó una sonrisa traviesa y juguetona, tan propias de él. Era un trato que satisfacía a ambas partes. Entonces esperó y esperó. A la expectativa de que lanzara los zapatos por fin y pudiera, fácilmente, hacerlos deshacerse en el aire. Para así dejar sin palabras a su amiga. Pero en cambio, recibió una nueva intrigante. Soltando un suspiró de resignación que la morena no puedo llegar a oír, entendió que su plan maestro, improvisado y fugaz, no podría concretarse. —¡¡¡Groar!!!— exclamó cual animal salvaje, a la vez que salía a la carrera hacia el tapiz. En menos de un segundo ya se había lanzado sobre la muchacha y comenzado a hacerle cosquillas torturantes, sin piedad alguna. Haciendo que soltara los zapatos, entre los movimientos de ambos cuerpos, luchando en una nueva guerra de cosquillas estos fueron desaparecidos. Las risas invadieron el aire. Algunas naturales, pocas. Otras desquiciadas, muchas. —Si sigo despierto miedosa, no vaya a ser cosa de dejarte sola a ti en la oscuridad…— le reprochó burlón y jadeante. Separándose, dándole a ella y a él mismo un respiro. La miró a los ojos y sonrió entre descarado, atrevido y inocente, amable. —Estoy en pleno uso de mis facultades Maggie…— mintió con convincente naturalidad. —Jamás dudes de ello…— añadió con ese dejo soberbio que tan coqueto y galante le quedaba. Y así sin más se abalanzó sobre ella pretendiendo hacerle cosquillas, pero que sin embargo, al tomarla por sorpresa acabó tumbándola bajo suyo. Sin aplastarla, se quedó así, viéndola a los ojos, respirando por la boca. Estaba agitado y cansado, con los músculos del cuerpo agarrotados y los sentidos entumecidos por el alcohol. Y sin embargo no sentía todo aquello. Solo sentía un inmenso y hermoso mar verde esmeralda, los ojos de Zoe, en los cuales, por esos segundos –de manera inexplicable- ansiaba perderse para toda la vida. —Zoe…— alcanzó a mascullar, susurrante, con la voz débil, que rápidamente se perdió en el ambiente. Era el último dejo de consciencia, el último esfuerzo por no hacer otra locura… pero sabía que no bastaría. Porque él no quería que bastara.
Él no necesitaba racionalidad, mantener las formas, un dejo de consciencia. Él tampoco la necesitaba ella, no de esa forma y no ahora. Pero la quería, la deseaba, se había encaprichado en menos de una hora y nadie podría -ni Merlín- arrebatarle su capricho.
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Mensaje por Invitado Vie Mar 28, 2014 12:41 pm

Un grito salió a través de su garganta, de verdadero miedo, hasta que pudo sentir los movimientos impasibles de los dedos de su amigo contra su abdómen y costados, tratando de matarla de risa. Se ahogaba entre sus propias carcajadas y, aunque trataba de separarlo con sus brazos, no tenía fuerza ni para soportar los espasmos involuntarios de su cuerpo que – entre risas – la obligaban a emitir gemidos quejumbrosos por el ataque despiadado de Fred – Pa-pa para por-f-favor – suplicaba entre bocanadas de risa. Le escuchaba, pero no podía responder. Sí que había pasado miedo, durante un instante, cuando no podía escuchar ni la respiración de Fred en aquella sala oscura y fría. Pero no era miedo a que pudieran atacarla, o a que algo peligroso la acechara. Era miedo a la soledad. A que él se hubiera ido sin acordarse de que ella seguía allí.

- Claaaaaro – dijo sin apartar de su cara la sonrisa amplia y divertida que se había quedado presidiendo su rostro tras las cosquillas, ironizando sobre la plenitud de las cualidades de las que él hablaba y que Margarett estaba convencida de que estaban bien dormidas en el fondo de su cuerpo, sobrepasadas por la ingesta de alcohol que también hacía mella en ella. Se preparó para una nueva oleada de punzadas desternillantes en su cuerpo, de contorsionismo y risas, cuando su espalda chocó contra la alfombra. Por suerte, su cabeza no percibió el golpe. Las piernas le hormigueaban, como si fueran a dormirse por la falta de riego sanguíneo. Su varita seguía reposando en el suelo junto a ellos y su tenue luz parecía cada vez más intensa. Molestaba sus ojos que desearían estar cerrados.

O al menos así fue hasta que se topó con los de Fred.

“Zoe”. Escalofríos en su cuerpo. Solo él era capaz de llamarla por su segundo nombre hacíendola sentir que era hermoso, elegante y especial. Tampoco de pequeña permitía que la llamaran Maggie, pues Margarett le parecía con mucha más clase, le hacía sentir importante. Pero el muchacho comenzó a llamarla así, a usar su segundo nombre algunas veces y – aunque la primera vez quiso resistirse – no había nada que pudiera negarle al chico. Nunca lo hubo y sabía que nunca lo habría, aunque eso le hiciera sentirse estúpida y desdichada. Él seguramente no comprendía lo feliz y completa que la hacía sentir con tan solo llamarla por su nombre en los pasillos a diario, con saberlo cerca de ella, con notar ese deje de cariño en su voz cuando pronunciaba su segundo nombre de tan solo tres letras. Tenía la capacidad de envolverla, de apretarla con un invisible manto de protección y amor. Un amor distinto al que ella quisiera, pero tan similar que si dejara que su confusión y sus deseos la guiaran con egoísmo todo podría romperse, explotar contra su pecho. Curioso que su mente, atenuada por ese componente que seguía fluyendo con su sangre, estuviera teniendo esas idas y venidas en ese momento. Justo en ese preciso instante, cuando los ojos oscuros e infinitos del muchacho la estaban mirando de tan cerca, con la devoción de siempre pero al mismo tiempo con una fiereza que nunca antes había percibido hacia ella.

No me abandones ahora.

Llamaba a su conciencia, le suplicaba que no la abandonara en ese momento, que no la debilitara. Tenía miedo. Miedo de sí misma y de ese cosquilleo que había empezado en su estómago y que ahora había ascendido lentamente, aprisionando su pecho y contrayendo su corazón sin piedad. Toda ella temblaba y sus ojos ya no podían contener más la mirada del chico. Margarett se encontró observando los labios del muchacho. La luz de la varita proyectaba la sombra de su labio inferior contra su mentón, dando la sensación de que todavía eran más prominentes, carnosos y jugosos de lo que ya se le antojaban a la Gryffindor habitualmente. Estaban separados desde que la había nombrado segundos antes, pero ya parecía una eternidad desde que lo había hecho – Fred... - susurró ella con voz cortada, en un hilo tan fino que iba a terminar por romperse, al igual que su fortaleza. Le llamó por su nombre, pero eran tantas cosas las que esa palabra transmitieron que fue demasiado corto como para percibirlas todas. Miedo, súplica, deseo, perdón. Su abdomen ya se estaba tensando, tirando de ella hacia arriba para recorrer la escasa distancia que los separaba y sabía a dónde quería ir, dónde quería estar, porque no había perdido la mirada de aquel lugar. De su boca.

Hizo acopio del escaso aire que ya quedaba entre ellos, aspirando y temblando toda ella, queriendo así tirar de él hasta tenerlo del modo que siempre había soñado y que nunca se había atrevido. Y aunque solo durante el primer segundo fuera, no había nada más que sus labios pegados a los de él, su corazón resonando en su estómago porque no había otra cosa que emitiera sonido en su cuerpo. Su respiración estaba contenida y lo que su ser necesitaba para vivir estaba dentro de él y lo estaba tomando de su boca. Oh, aquellos labios. Estaban calientes y suaves, presionando los propios aunque fuera por imposición de la castaña. Ella se derretía de tenerlo así y, aunque lentamente se relajó dejándose reposar de nuevo en el suelo de tapiz, suplicaba con ojos cerrados y oleadas de calor en su cuerpo, que él la siguiera y no se separara...

...nunca de ella.
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Mensaje por Fred H. Weasley Miér Abr 02, 2014 1:30 am

”Y si para nuestro amor…”

El silencioso ambiente fue cortado, primero por la brisa generada al repentino aventón de Fred y luego por el alarido de su amiga. Para finalmente llenarse de estridentes y agudas risas, retorcijones, gemidos y exhalaciones. Estaban ambos muy cansados. Y sin embargo aun tenían energías para reír, para moverse, para saltarse encima y atacarse a cosquillas. O al menos uno y la otra para padecerlas. Las súplicas de la morena no tardaron en llegar y el castaño no pudo resistir. De hecho, nunca podía, Margarett era la única que podía calmarlo cuando estaba fuera de sí. Era la única que pocas veces podía hacerle entrar en razón y que no cometiera alguna de sus fechorías. Pero era la única que con solo hacer acto de presencia hacía que Fred lo dejara todo y fuera a ella. No importaba si estaba en medio de un duelo, en la preparación de una broma u hasta coqueteando con una chica nueva. Siempre iba con Maggie. Y luego seguía con lo que hubiera dejado. Y si el enemigo de la batalla quería atacarlo por la espalda sin esperar, sus compañeros de broma le echaban la bronca o la chica luego ya no quería saber nada, todos juntos se podían ir a la mierda. Después de todo, no equiparaban ni de asomo a Zoe como para que ella estuviera luego de ellos.
Por lo tanto, dejó en paz su suave piel y la tela de su vestido, cesando con la divertida tortura. Evitándole el cosquilleante suplicio de sus dedos ágiles y adiestrados para ello. Se separó y la contemplo. Su mirada recorrió su barbilla, deslizándose por su mandíbula hasta el nacimiento de su cabello. Luego cambió el rumbo y observó sus facciones, estilizadas, finas. Su piel de porcelana y tersa. Sus ojos verde esmeralda en los que podías perderte una eternidad y aun así no sería suficiente. Y finalmente ligeras motas, pecas inocentes que en lugar de imperfeccionar un rostro de princesa, perfeccionaban un rostro de mujer, de humana. De bruja, echa y derecha.

”…no encuentro un buen adjetivo…”

¿Es eso sarcasmo?— preguntó arrugando la nariz, al entrever su tono, sin embargo tardó un par de segundos más de lo necesario. Y aún más tiempo del que habría necesitado estando descansado, avispado y sin sus sentidos, ligeramente ya, adormilados. Volvió a contemplarla, esta vez más divertido y algo más descarado. Al mismo tiempo, luego de haberla tumbado bajo suyo, colocó sus codos, con sus manos flexionadas, a los costados del cuerpo femenino, con el fin de no recargar todo su peso sobre ella. Y en su lugar, sostenerse por sí solo. Lo último que buscaba, en más de un sentido, era incomodarla, sino –al contrario- hacer que se pusiera cómoda.
Sentía la luz incandescente de la varita de su compañera de casa, sobre la nuca. Proyectaba su sombra, sobre el rostro de ella que a su vez era iluminado de lado por el ángulo de la varita. Por lo que solo uno de sus perfiles quedaba en la sombra y el otro blanquecino por la luz. Una sonrisa se reflejó en el rostro del moreno, puesto que imaginaba que aquella era la imagen perfecta. Representaba con idoneidad a su mejor amiga. No porque ella fuera una falsa o tuviera complejo de bipolaridad. Sino porque era una moneda, con su cara y su contra-cara. Era la dulce y risueña Margarett, era la jovial, femenina, desinhibida y poco recatada Zoe, quien chillaba, bromeaba, reía, gritaba, comía dulces y se peleaba con Fred. Pero a su vez era aquella dama Selwyn, correcta, severa y formal. Fría y distante en ciertos casos, en ciertos modos y situaciones. Una cara no acaparaba a la otra ni entraba en conflicto. Armoniosas, convivían, la una sin la otra no podían existir. Era como imaginar a su tío Harry sin su cicatriz, a su tía Hermione sin su carácter preocupado o a su tío Ron y su pelo rojizo. Eran rasgos de uno, contradictorios que necesitaban de esa irracional contradicción para existir. Y que a su vez, por esa mera irracionalidad, se volvían perfectos a ojos de quien pudiera apreciarlos. Por eso, Margarett era perfecta para Fred, porque vaya Merlín a saber por qué, de pequeño, el aficionado de Quidditch había podido apreciar no a la chica, no al carácter ni a la belleza, física y abstracta de la chica. Sino su esencia.  

”…es porque te amo mucho, mucho más.”

Disfrutó de la sensación imperceptible que se sabía generar en la muchacha. Porque ella no lo demostraba ni lo decía, pero aquella vez su mirada la delató. Pero no era eso, ya lo sabía de antes, lo sabía de siempre. Porque así como sabía que se sentía ella al oírlo, el se sentía igual al pronunciarlo. Amaba su nombre, le encantaba, pero le encantaba más que nada porque ella se llamaba así. Le encantaba como nada en el mundo. Había tres cosas que Fred quería y anhelaba más que nada en el mundo: La brisa golpeando contra tu rostro al volar en escoba a toda velocidad, Zoe y su familia. Y en ese orden.
Era una necesidad llamarla así en las ocasiones que no sabía ni podía expresarlo todo con palabras. Aquellas tres letras eran su manera de decirlo todo y a la vez nada. Porque Zoe lo era todo, Zoe era su mundo o al menos gran parte de él. Porque era tanta la mística del nombre que podía mencionarlo mil veces y no se cansaría de decirlo, de expresar lo que expresaba con él. ¿Qué expresaba? Era indefinible, puesto que de poder expresarlo de otro modo –más claro- lo haría gustoso. Simplemente no sabía como. Y eso que trataba de averiguarlo, siempre. Intentaba de explicar esa sensación extraña de darlo todo sin esperar nada a cambio y aun así recibirlo. De explicar que podía anteponer sus necesidades a las propias.
Su razón llegó a vislumbrar como las pupilas negras, en contraste con sus iris esmeraldas se desvían de las propias. Notaba como le rehuía la mirada, milímetros hacia abajo. Posándose en sus labios, por descarte ya que no era la nariz ni el mentón la altura a la que ella miraba. Sin embargo no pudo decir nada sobre ello, porque no llegó a razonar nada. Antes escuchó su nombre.
Sus párpados se cerraron y abrieron varias veces, perplejo. Parpadeando. Lo hizo a una velocidad mucho más lenta que la común, como si le costara más despabilarse. Fue por eso que no vio y a la vez si se figuró venir aquel movimiento de la joven. Sus miradas se cruzaron en medio del trayecto una última vez. Tuvo el tiempo, supo que debía hacer. Pero no sabía que quería.
Sin embargo el roce de sus labios fue suficiente para seducirlo. Bastó para terminar de convencerlo, de tentarlo. Ladeo el rostro y deslizó uno de sus brazos por el tapiz, hasta colocar la palma de su mano sosteniendo la cabeza de Margarett. Mientras tanto su brazo izquierdo se removió en el lugar pasando por debajo de su cintura, para juntarla a él. Sus labios se amoldaron a los femeninos, perfectamente. La calidez, la textura y el sabor de la muchacha actuaban como actúa el chocolate para un niño. Lo pruebas y es dulce, sabroso, embriagador; quieres más. Vuelves a probarlo y no te sacias, es más dulce, más sabroso y más embriagador. Quieres aun más. Y así, ya nunca te satisfaces hasta que se acaba, hasta que por una razón ajena o un gran uso de voluntad debías dejar de comerlo.
Los besos de Zoe, que jamás había probado, ni se habría imaginado que eran así, le producían aquello. Pero el problema es que nunca se agotarían y no había razón alguna para dejar de probar sus cálidos y carnosos labios. De hecho, llegaba a la conclusión que podría gastarse la vida en besarla y habría valido la pena. Delirios de un joven alcoholizado. O delirios de un adolescente tomado por la retaguardia de su vida. El punto es que su voluntad tampoco lo sacaría de esa posición, le era muy cómoda y placentera. Tal vez demasiado.

”Del ‘te amo’ que te digo.”

Y así como el chocolate, tan rápido invade las papilas gustativas de uno, rápido lo abandona. Efímero beso para quien tiene el estómago vacía y está hambriento de ellos. No era suficiente. No. Y jamás lo sería. Y aunque debiera controlarse, ese no era el día. Esa noche era de los dos, por obra del destino o la incoscienca, ¿subconsciencia? Daba igual, tenía excusa. Pero mucho mejor, tenía ganas. Observó el rostro de Zoe, con los ojos cerrados, y sonrío. Deslizo la diestra de su nuca hasta su mejilla, acariciando su cabello en el trayecto. Luego, con el dedo índice repasó los labios perfectos, finos al estar cerrados como estaban, de la joven quinceañera. El ambiente fue cortado por un suspiro, el de él ¿o el de ella? ¿Ella también había exhalado? ¿U habían sido ambos? La sincronización daba miedo y lo dio aun más cuando respiraron acompasados, a la vez. No lo pudo tolerar.
Esta vez fue él quien se abalanzó sobre ella. Esta vez sosteniendo su mentón, guió sus labios hasta los propios y se amoldo a ellos perfectamente, pero esta vez, no se limitó a besarla. No. La devoró en aquel beso, mientras notaba como el alcohol, el ambiente, la falta de ventilación y la situación elevaban la temperatura de su cuerpo. Aquella noche, parecía haber recién comenzado.
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Mensaje por Invitado Sáb Abr 05, 2014 2:03 pm

Separarse fue lo más complicado que había tenido que hacer en mucho tiempo. Los labios de Fred eran tan cálidos y apetitosos que apenas pudo hacer otra cosa que suspirar al aire por arrebatarle  eso que tanto le gustaba. Era increíble que hubiera podido mantenerse siempre tan cerca del moreno sin atreverse a acortar esa maldita distancia que la separaba de la mejor sensación de su existencia. Mantuvo los ojos cerrados mientras el muchacho se dedicaba a acariciar su cuello, estremeciéndola por el cosquilleo de las yemas juguetonas de sus dedos y en el entretanto se preguntaba si él diría algo que sonara hermoso pero que la rechazara de ese modo. Eran amigos, demasiado importantes el uno para el otro, imprescindibles e inseparables. Esa noche podía cambiar demasiado las cosas, llevar a Maggie a la más plena de las felicidades o quebrarle el corazón en mil pedazos. Pero cuando el Gryffindor le acarició los labios, ella no pudo hacer otra cosa que besar el costado de uno de sus dedos, con suavidad, pidiéndole más de él.

De nuevo sus labios. De nuevo el calor.

Que esa vez fuera el chico quien tuviera ganas de besarla, quien la atrajera hacia sí y la abrazara con tal posesión mientras devoraba sus carnosos labios, enloqueció a Margarett. Su cuerpo temblaba y se pegaba voluntariamente al de él, como si buscara la forma de que toda ella recibiera el calor de su figura, que la protegiera de lo que había a su alrededor, del silencio y de la soledad. Que durante ese instante, esa noche o toda su vida, no tuviera que soñar más cómo sería sentir a Fred tumbado sobre ella. Porque sí, ya había soñado con eso alguna vez, aunque nada tenía que ver con la sensación real.

Insegura, pero deseosa, dejó que fueran sus ganas de Fred las que la guiaran en esa nueva experiencia que tan confusa la tenía pero que tan viva la hacía sentir. Escuchaba el chocar de sus labios, sentía como la boca de él quería atrapar la suya sin cesar y quiso abrazarle. Pero no como solían hacerlo. Quería sentir si su piel estaba igual de caliente que su boca, si su cuerpo se estaba tensando como el de ella al no poder expresarle cuanto le deseaba así para siempre. Sus manos se guiaron solas hasta las caderas del muchacho, donde antes le había sostenido para llevarle a la sala común por encontrarse tan ebrio – el cinturón – pero que sin embargo ahora parecía más fuerte y enérgico que ella. Los finos dedos de la castaña jugaron con el fin de la prenda superior de él, que se escondía en la cinturilla del pantalón, pero fue tirando de ella hasta poder acceder a la piel de su espalda inferior. Estaba caliente, suave y al contacto se sentía perfecta. No se hubiera creído capaz de desnudarle, jamás eso hubiera tenido cabida en su mente, pero lo deseaba de veras. Su amigo, su confidente, la persona a la que más quería y respetaba en este mundo. Pero ese amor incondicional, ciego e intenso era el que la invitaba a demostrarle con gestos y caricias cuán importante era para ella.

En un movimiento de sus bocas, algo torpe al principio pero sorprendentemente fácil tras unos minutos, la muchacha mordió con suavidad el labio inferior de él, tirando de él hacia sí. Pero no había forma humana o mágica de que el cuerpo de Fred estuviera más pegado al suyo en esa postura y eso le crispaba. Le costaba respirar con normalidad y un cosquilleo recorría sus piernas y su columna, jugando con ella. Las manos de Zoe ya estaban a media espalda y quisieron atrapar la prenda, tirando de ella hacia arriba. No la retiró del cuerpo de él, pero al ver el inicio de su torso desnudo sus labios hormiguearon de deseo por la perdida del rítmico y alocado contacto de los de su compañero y quisieron atacar al pecho de él, agarrándose en sus costados y dedicándole un reguero de besos desde el pectoral hasta el cuello. Ahora podía escucharle respirar casi en su oído y por algún motivo eso revolvió hasta lo más interno de su ser, como una oleada de ardor que la dejó inmóvil, sin saber si continuar sería mejor o peor que parar entonces y olvidar aquello como si nunca hubiera sucedido.
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Mensaje por Fred H. Weasley Sáb Abr 05, 2014 2:25 pm

Mientras le dedicaba las caricias más suaves que jamás le había propinado a nadie, la mente del castaño era un torbellino de ideas y de sentimientos. Le sorprendió saber que no se sentía culpable. La culpabilidad, era algo que Fred jamás había conocido, él era quién era y no se arrepentiría de serlo, por ende mucho menos de lo que hiciera, porque era lo que quería. Eso era lo que quería. No le costó asimilarlo, lo sabía desde que terminaron en aquella aula, pero le espantaron sus motivos. La deseaba, la quería, la añoraba y la anhelaba. La amaba si, pero no como en aquel punto luego de tan profundo beso, sabía que ella lo quería a él. No. Y aún así, no iba a aclarar las cosas ni a cortar el ambiente, iba a seguir. Porque el fuego le encantaba y si debía quemarse, mientras la hicieran juntos, gustoso estaría de hacerlo.

El roce de sus labios, bajo la caricia que le dedicaban sus dedos, lo comprendió al instante. La petición tácita, la muda súplica. Las ansias de más. Eso era lo que le hacía no sentirse culpable.  Se entendían y complementaban de maravilla. ¿Qué importaba lo que uno sentía? Ambos querían eso, los motivos, simplemente sobraban. No tenían que ir paralelos. Notó como ese ingrediente extra al sabor de los labios voluptuosos y sonrosados de la morena, que los hacía tan adictivos, cada vez parecía potenciarse aun más. No podía parar de besarlos. No era un beso calmo, profundo e intenso que buscaba fundirse en ella a besa de perseverancia. No, eran besos eléctricos, efímeros, fugaces y continuos. Tan pegados el uno al otro que parecía uno solo. Sus labios se rozaban con insistencia y la presión mutua parecía insoportable, pero no lo era. Era más que placentera.
La intensidad y el ritmo del beso, poco a poco hicieron mella en el joven león, que pronto notó su pulso acelerado. Los latidos de su corazón retumbando contra sus oídos. ¿Acaso estaba nervioso? Si, pero inusualmente –a la vez- estaba tranquilo y calmo. Estaba nervioso por la idea que poco a poco tomaba forma en su mente, víctima del deseo y la curiosidad. Pero estaba tranquilo porque se encontraba junto a ella.

Dejó escapar el aliento una vez más. Esta vez, con picardía, procuró hacerlo sobre sus labios y mirándola a los ojos, para que lo oyera. Para que entendiera que ella le robaba el aliento en ese instante y nadie más. Un táctico halago. Nadie nunca jamás había logrado eso. Ni lo lograría. Pequeña victoria para la castaña eterna e inalterable, si es que sabía apreciarla.

Una descarga eléctrica recorrió desde su espalda, hasta el resto de su cuerpo, al sentir su mano. Suave, cálida, delicada. Notaba como recorría esa distancia sobre su piel, luego de haberse demorado segundos en la tela de su camisa, escondida bajo el cinturón. Una sonrisa, sintiendo su piel erizarse, se plasmó en el rostro del moreno. Aquello le había gustado, sentía y percibía la necesidad de ese roce, de esa muestra de cariño. Él la necesitaba, pero ella también. Y no iba a quedarse atrás.

No lo pudo resistir y al sentir la mordida se volvió loco. Quiso separarse, para acomodarse mejor sobre ella y devorarla a besos. Besarle todo el cuerpo hasta la madrugada y luego fundirse en la forma más carnal e íntima posible, rozarla y acariciarla. Todo con el mero fin de liberar sus hormonas. Porque amaba a su amiga, pero no a la mujer. La deseaba, un sentido lascivo había emergido en su interior el cual confundía con muestras de cariño e importancia a una hermana del corazón. Con la diestra, continuó acariciando los cabellos de la muchacha conforme besaba su torso, cosa que plácido, disfrutaba con una sensación indescriptible. Mientras la zurda, comenzaba a colarse por el hueco del vestido en su espalda, y la acariciaba de arriba a abajo, con delicadeza y a la vez maestría, produciendole un ligero cosquilleo y a la vez el placer de una caricia.
Sin previo aviso, la separó de si, para mirarla con unos ojos que destilaban travesura y picardía. Tomó valor y le guiñó un ojo antes de esconderse en la piel de su cuello y comenzar a besarlo, primero suavemente, luego con un poco más de ánimo, para acabar mordiendo su piel a ratos y dibujando con su lengua figuras uniformes, consolando la piel resentida por sus mordidas no tan medidas. Víctima de la emoción y excitación, había comprado un boleto de ida, del cual no conseguiría vuelta.
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Mensaje por Invitado Sáb Abr 05, 2014 2:52 pm

¿Que cuándo había sabido Margarett que quería a Fred más que a nada ni a nadie? Ya hacía tres años, tras un verano en el que la espera de sus cartas se hacía tan insoportable que cuando al fin llegaban le parecían insuficientes, cortas aunque no lo fueran, insuficientes aunque estuvieran cargadas de secretos y confesiones. Por eso el segundo curso fue tan duro para ella, porque necesitaba saber que esa sensación de dependencia que ella tenía con él, era recíproca. Pero no lo sitió así, al menos no al principio. De ahí su desazón, su irritación. Siempre estaba enfadada con eĺ, pero todo era resultado de la frustración, de los sueños y deseos que veía inalcanzables. Pero ahí estaban ahora, dedicándose los besos más sinceros que pudiera haber imaginado. Porque lo hizo, durante mucho tiempo, durante muchas noches. Ingenua y deseosa, se imaginaba que la palma de su mano eran los labios prominentes e inalcanzables de su Fred y se besaba a sí misma queriendo que ese calor de su propia piel la reconfortara de un modo que jamás pudo. Pero ahora, ahora el calor de su boca la penetraba y la invadía. La electrizaba, erizaba su vello, le hacía vibrar, le hablaba, le dictaba el ritmo de su corazón y le impedía respirar si no era a base de suspiros o jadeos.

La muchacha se retorció sobre sus propios hombros al percibir cómo los dedos del muchacho recorrían su espalda desnuda tal y como ella continuaba haciendo con la de él, por mucho que sus atenciones más cálidas estuvieran ahora en el cuello del león, una investigación de campo cuya prueba era besar zonas y la conclusión variaba según si la respiración de él era entrecortada o más calmada. Lo curioso era que por mucho que la castaña quisiera ser ella quien le amara a él, parecían competir por darle lo mejor de sí al otro.

Sus miradas se cruzaron unos segundos y la admiración, el deseo y la confianza ciega partían desde los orbes verdes de ella hacia el profundo mar de calor que eran los ojos de Fred. Su guiño la hizo sonreír, un talento innato en el chico que, hasta en aquella situación tan poco común, quizás irrepetible, era capaz de darle un toque de hábito y normalidad. Él sabía cómo hacer que se sintiera segura y tranquila, aunque cada parte de su cuerpo estuviera gritando desconsolada por darse a él si era lo que deseaba. Tenía miedo a no poder repetir eso jamás, a que fuera solo consecuencia del alcohol ingerido y que se perdieran en el olvido esas sensaciones y sentimientos que para ella tenían mucho de contenido y todo de real. Pero los dientes de esa fiera atacaron a su cuello, una zona que antes desconocía, que impoluta y virgen como toda ella había permanecido en los años calmada e inerte hasta que la boca de él se había posado allí. Parecía que esos labios suaves tenían el poder de dar la vida a lo que permanecía en quietud, alterándolo y haciéndolo bullir en un cúmulo de sensaciones tan indescriptible que no podía hacer otra cosa que facilitarle el acceso, pegando su mejilla contraria contra la alfombra y arqueando su cuerpo si es que éste se lo pedía en un intento de seducir más y más al animal que se encontraba sobre ella.

No temía lo que sabía que estaba por llegar. Porque sabía que lo deseaba.

Le retiró la camiseta y la dejó caer en algún punto cerca de ambos, impidiendo a la varita que proyectara la luz con toda su intensidad, aportando una intimidad todavía mayor para ambos. Los dedos de Margarett jugaban con el cabello del muchacho a la altura de su nuca, cosquilleando esa zona de su piel, mientras que sus piernas parecían querer tomar también partido en ese baile, posicionándose a ambos lados de él y entrelazándose torpemente con las del moreno, acariciando con su piel desnuda la parte trasera de su pantalón. Se escuchaba jadear como respuesta a los juegos de la lengua insaciable de Fred en su piel. Sentía el vaivén de su pecho para dejar que los pulmones hicieran acopio de todo el oxígeno que pudieran y, aún así, se sentía mareada. Era la sensación de estar enferma y de que la cura estaba en manos del muchacho – Fred – susurró en un jadeo al aire, girándose de nuevo para buscar su boca y, cuando por fín la encontró quiso besarle con más necesidad que antes, quiso decirle sin palabras, solo con esa arma tan poderosa, que era suya y que siempre le había pertenecido. Solo a él.
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Mensaje por Fred H. Weasley Sáb Abr 05, 2014 3:19 pm

Entre suspiros y respiraciones agitadas. Notaba como aquel beso moría, más siempre sería recordado, irrevocable en las mentes de ambos. Porque había sido el primer gran beso, el primer beso profundo y desaforado. Jamás había tenido sensación similar en un beso y lo lamentaba, porque se había perdido de mucho. No era por ella o tal vez sí. Era la adrenalina, la energía y el modo. Era quizás excitación y hormonas acumuladas, pero también deseo y ganas. Era Zoe y se habían besado y vaya que quería volver a hacerlo. Pero si años atrás le preguntabas si se imaginaba con ella, besándose y en esa posición, a sabiendas que las consecuencias de aquella noche serían históricas –para bien o para mal- Horus se habría limitado a reírse en la cara de quien se lo planteara, se lo habría figurado imposible. Pero meditándolo apenas unos segundos, perder tu virginidad con alguien por quien darías la vida no está tan mal.

Le resultó gratificante el sentir como el esbelto cuerpo de la joven, aun sin terminar de desarrollarse, se retorcía bajo su caricia. Aquello le bastó para volver rápidamente la mano atrás y acariciarla nuevamente, provocándola, desafiándola. Al mismo tiempo trataba de mantener la calma, percibiendo como sus jadeos salían solos, incontrolables, al sentir los besos de la castaña. Era gratificante, que tus atenciones fueran devueltas. Daban hambre, de más.

Percibió por el rabillo del ojo, como había logrado hacerla sonreír. Su orgullo y ego crecieron aún más. Siempre se había jactado de hacer poder reír a cualquiera en menos de diez segundos. Pero con Maggie era especial, la sensación de gratitud porque ella riera sus bromas y ocurrencias, era simplemente distinta. No era el ego de saberse divertido ante ella, sino la satisfacción de saberse lo suficientemente bueno para ponerla de buen humor. Para generarle una efímera felicidad divertida.
Los dientes se hundían en la suave piel de la castaña, mientras sus labios la rodeaban y su lengua se encargaba de recorrer la poca piel que quedaba encerrada. Las succiones se habían producido hacía poco. Un detalle, un condimento más al juego de lamidas, mordidas y besos que había iniciado. Y las consecuencias, para él, fueron notar el placer generado en su amiga. O eso quería creer. El modo en que Selwyn se retorció y acomodó, haciéndole espacio, le arrebató una sutil carcajada, mientras aprovechaba su espalda arqueada para aferrarse más a su cintura y con la mano libre, de un tirón, nervioso, deshacer el nudo del cordel de su vestido que lo ataba a su cuello. El juego había ganado temperatura y el ambiente comenzaba a hacer que su cuerpo sudara. Los nervios cada vez más presentes solo lograban que el moreno se esmerara más en sus besos sobre la piel ajena.

Sus cejas se arquearon, sorprendidas, por la determinación con que las manos gráciles de la aristocrática heredera despojaron de la tela cobertora, el torso del jugador de Quidditch. Sin embargo, a la sorpresa le siguió la placidez y la travesura, La satisfacción de saber que jugaban al mismo juego, que seguían sincronizados. Soltó un zordo suspiro, agradeciendo de manera implícita las caricias de sus dedos sobre sus cabellos castaños y su cuello. Mientras se sabía prisionero de las piernas esbeltas de su amiga. Fue entonces cuando se dio cuenta que ya no había vuelta atrás. Los arrepentimientos ya no tenían lugar en esa ecuación de dos y de resultado uno. Porque se volverían uno, eso lo tenía presente, al menos por unas cuantas horas. Si es que ya no eran uno, cuerpos fundidos dándose y propinándose las caricias más placenteras que ambos adolescentes habían disfrutado en su existencia.

Como si fuera siempre cosa de dos, la agitación invadió al moreno, escuchandose entre beso y beso, suspiros aireados, en respuesta de los jadeos producidos en su víctima. Sus labios fueron ascendiendo, lentamente y con tiempo por el cuello de su amiga. Mientras recorría su barbilla y mentón. No tuvo tiempo a dar otro paso, que ya se encontraba besándola nuevamente. Y le encantaba, ella le había buscado y sin remedio ni razonamiento, se habían amoldado perfectamente el uno al otro, de nuevo. Su lengua se sumó al juego, marcando el camino, entreabriendo los labios ajenos para salir al encuentro de la otra. Porque la había entendido una vez más, pese a no estar seguro esta vez. Pero no le importaba sino lo había querido decir. Él la tomaría de todos modos. Era suya, Zoe era suya y de nadie más. Y eso para bien o para mal, le seducía y encantaba. Se separó de ella, cortando el beso con una tenue sonrisa. El jadeo de su nombre le había llevado hasta las nubes y debía corresponderlo, se sentía obligado. —Eres mía pequeña y jamás dejarás de serlo…— susurró, con la voz ronca, de un modo consolador y confidencial, puesto que la cuidaría y protegería toda la vida. Y aquello había buscado trasmitirle.
Pero esa noche, tocaba jugar, y como tal, su lengua volvió a danzar, por fuerza de sus labios, delineando cual minino, los labios ajenos, buscando provocarla. Encenderla. Su mirada estaba fija en el mar esmeralda de la castaña, que hacía que se perdiera en ella.
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Mensaje por Invitado Sáb Abr 05, 2014 3:42 pm

“Siempre lo he sido, siempre lo he sabido“ pensaba ella como respuesta a sus extrañamente entrecortadas palabras, pero incapaz de dar respuesta bajo la mirada firme del muchacho. Una de sus manos decidió responder por ella en un educado gesto con su dueña que apenas podía pensar con claridad, recibiendo ecos en su cuello donde hasta ese momento había sentido la humedad de los labios de Fred y que ahora con el contacto del ambiente, erizaba su piel. La mano se posó con delicadeza en la mejilla de su amigo, acariciándola lentamente mientras tan solo se miraban, porque no podía encontrar algo más perturbador y al mismo tiempo contenedor de mayor paz que los ojos del Gryffindor. Sus comisuras se curvaron en lo que en un inicio quiso ser una sonrisa pero terminó por ser el ataque de sus dientes superiores contra el labio inferior, despertando la piel adormecida por la droga que eran aquellos labios a los que miraba intermitentemente cuando no podía soportar la mirada del muchacho por más tiempo.

Su otra mano no era tan respetuosa, no quería agradecerle a Fred sus palabras. De hecho, no quería que continuara hablando, quería que siguiera con lo que había empezado y que no cesara hasta que su dueña se sintiera amada y deseada hasta el límite. Por ello se aferró a la espalda desnuda de él y con los dedos hundidos dibujó formas desde abajo hacia arriba y viceversa. Y fue en ese momento de retorno cuando se encontró con la cinturilla de un pantalón que le impedía continuar con las caricias de su piel, pero Margarett no le dejó ser descarada y avanzar a donde no debía, aunque ambas lo quisieran. Porque el cuerpo de su amigo era musculoso, era firme y fuerte. Había tenido oportunidades de sobra para apreciarlo, para mirarle cuando nadie más lo sabía, para memorizar las formas del cuerpo del chico, desde la angulosa de su mentón, hasta los huesos de sus caderas marcadas por las camisetas si el pantalón descendía demasiado por moda, incluso la forma de sus antebrazos. Y es que cuando cerraba los ojos quería tener la certeza de imaginarlo a la perfección, con todos y cada uno de sus detalles, con los pelos rebeldes salpicando su frente tras un partido o el cuello tensionado cuando se enfadaba. En cualquier situación le amaba y por eso adoraba saber tanto de él.

La castaña no se atrevía ahora a moverse demasiado, pues el Fred más pícaro le había desatado el vestido y sabía que en cualquier momento podría quedar demasiado al descubierto. No sabía si estaba preparada para eso, nunca se había mostrado así ante nadie y el temor a que la respuesta no fuera satisfactoria le oprimía el pecho como si el león ya no cuidara de depositar su cuerpo sobre ella, sino que se hubiera dejado caer en toda su corpulencia. Tragó saliva y le miró una vez más, con un punto de vergüenza y miedo que hasta entonces no había estado allí. La apartó después, turbada, agitada. Sabía que lo que necesitaba para calmar sus miedos era volver a sumergirse en la boca de él, dejar que ese húmedo calor actuara en ella y que la meciera en las ganas de ser por él y para él.
Sus manos se aferraron a la cintura de sus pantalones, avisando pero también sosteniendo, conteniendo a la fiera si era necesario. Ahora más que nunca necesitaba la protección del moreno, la delicadeza de su trato hacia Margarett, la paciencia que él siempre le dedicaba. “Tengo miedo” decían los ojos de la chica, pero nada se escuchaba, por mucho que sus labios continuasen despegados, calmando la sed de aire que todo el cuerpo de la muchacha sufría. Y seguramente por seguir soportando esa poderosa mirada, dos palabras salieron de su garganta, luchando contra el ahogo de ella y contra el temblor de su voz – Te amo – le dijo en un susurro, y las palabras se quedaron en su labio inferior, haciéndolo temblar al igual que sus piernas en el aire impidiendo que ella escondiera su estado de nervios ante la persona que más le conocía sobre la faz de la tierra. Escondió su rostro en el cuello de él, pero no le besó, tan solo cerró los ojos y aspiró el aroma mezclado de él, queriendo calmarse.
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Mensaje por Fred H. Weasley Lun Abr 14, 2014 12:31 pm

Sus párpados cayeron, cerrando sus ojos, con suavidad. Producto de la caricia que tan tiernamente le dedicaba la morena, rozando con el pulgar su mejilla, notando la calidez que ambos cuerpos exhumaban. Sus ojos cerrados, tardaron más de lo común en una situación así, más de lo que Fred habría querido, en volver a abrirse. Producto del cansancio que cargaba y sabía que acabaría cargando toda la noche. Sonrió ladino, percibiendo como ella sin recato alguno no lograba sostenerle la mirada por momentos. Intentaba decidirse Fred si la cohibía con su mirada o la tentación de ella era mucho mayor a la de él y no aguantaba separarse de los labios del muchacho.
Su lengua recorrió, al principio con timidez y luego con algo más de soltura, los belfos de la joven ojiverde. Cálida y jadeante, delineo sus perfectos y carnosos labios rosados para finalmente separarse, con el pulso acelerado y la vista fija en ella. Se había excitado más él que ella y ya ni disimularlo podía.

Sentía los vellos de su piel erizarse bajo la yema de los dedos esbeltos, flacos y suaves de su mejor amiga. Margarett recorría su espalda haciendo que se estremeciese. Dibujaba formas uniformes e incansable le dedicaba un esmero una ternura y una devoción increíbles. Es más, hasta pareciera que conociera cada surco de su piel puesto que sabía los recovecos, los volúmenes, sabía donde presionar y donde no. Hasta hacía que el animago se planteara si es que no habían estado juntos ya o al menos ella que parecía tener un conocimiento impresionante. Cosa que a la vez generó vergüenza y celos por igual en el joven Gryffindor. Se abalanzó nuevamente sobre sus labios, sin pedir permiso, sin dar un aviso antes siquiera. Los devoró con furia, sin cuidado y con gran cantidad de ganas. Pero no se entretuvo demasiado. Mientras se deslizaba por la comisura de sus labios fue descendiendo hasta la clavícula de su hombro derecho, con suavidad, maestría y concentración. A base del roce de sus labios.

Sabía que había avanzado demasiado. Había sido mucho, por cada centímetro que se deslizaba el cordel de su vestido, deshaciéndose el nudo. Fred era consciente que era un centímetro más al borde de arruinarlo todo. Y no se había echado atrás, porque era a todo o nada. Era ella o era la soledad. Y si ese era el precio, bien barato le saldría de haber tenido la posibilidad de yacer en el placer supremo junto a la morena aristocrática de Gryffindor. Le miró de reojo, desde donde se encontraba ubicado y sonrió amistosamente. Despegándose de su hombro, irguiéndose para dejar sus cabezas a la misma altura. Las manos hábiles, delgadas y temerosas, posadas en sus caderas lo decían. Y su mirada lo aclaraba por si quedaban dudas. Sonrió con ternura y beso con calidez y tranquilidad los labios a los que hacía tan poco se había vuelto adicto. —Tranquila… todo está bien…— susurró tranquilo, con voz calma y pausada. Sabía que no solo con palabras sino con gestos debía trasmitirle paz y calma. Seguridad. Eso, debía hacerla sentir segura o nada tendría sentido ni valor alguno.
Sin embargo aquella frase, tan solo dos palabras, un verbo y un pronombre. Cinco meras letras. Nada más bastó para desencajarlo. Fue muy fuerte. Fue cuando comprendió que significaba para ello aquello. ¡Lógico! ¡Y cuánto sentido tenía de un modo cínico! Pero aún asi… no iba a echarse atrás, por más que no la pudiera corresponder. Al menos le regalaría esa noche. Esa noche la amaría, la amaría como no había amado ni procuraba amar a nadie más. Hasta la amaría más que a una novia. Porque Maggie ya había dejado de ser una amiga, una hermana, una chica. Maggie era parte de él, parte de su ser y esencia. Sin Maggie… nada… no había nada. La necesitaba con locura. —Yo también…— susurró luego de un silencio que se extendió más de lo que el moreno pudo saber. Seco, distante, retraído. Pero honesto, engañándose a sí mismo en el modo en que lo hacía. Pero amándola al fin y al cabo. Llevó su diestra hasta el cuello ajeno de su vestido y lo tomó con suavidad. Mientras su mano izquierda acariciaba con el dorso la mejilla derecha de su acompañante. La miró con calidez y ternura a los ojos, imbuyéndola de confianza –o al menos pretendiéndolo- pero sin perder ese dejo divertido y temerario tan característico de él. Lentamente se deslizó con sus labios al compás que marcaba su mano descendiendo lentamente por su torso, desnudándola, retirando la porción de tela sedosa que recubría su pálido y bello cuerpo. Mientras sus labios buscaban marcar un camino, marcarlo a fuego, de pura devoción y sin negarlo, placer.
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Mensaje por Margarett Z. Selwyn Lun Jun 02, 2014 10:41 pm

-Es difícil, por no decir imposible contar las veces que he soñado esto, que he tramado en mi cabeza aquella escena, aquel momento en que Fred y yo estuviéramos tan cerca como para sentir el calor del otro, como para sentir nuestro aliento compartido, ver la trama de rayitas inconclusas dibujadas en nuestros iris, contar nuestras pestañas, estar tan cerca como para rozar nuestros labios, y conocernos de esa manera, la única de la que no hemos logrado conocernos hasta ahora. Tuve sus labios en mi cabeza por cinco años, tuve su rostro gravado a fuego en el corazón, pero eso nunca bastó, nunca ha bastado, y dudo que lo haga en algún momento. Yo lo que realmente deseaba era que esto se hiciera realidad, que nuestros labios se fundieran, que yo pudiera dejar de fingir, que yo pudiera decirle a mi mejor amigo cuanto lo quiero, cuanto me importa, y que no hablo tan solo de enviarnos lechuzas en verano, que no hablo de pasarla juntos en la casa de su familia… Quiero que sepa que hablo de algo más intenso, más íntimo, algo que podría convertirnos en personas totalmente distintas. No obstante, conocía al castaño más de lo que, incluso yo misma pudiera desear. Tengo claro que aunque se me fuera la vida en entregarle todo de mí, él no correspondería mis sentimientos, no los correspondería aunque fuese la única chica en su universo. Y lo sé porque lo he sido por varios años, y es evidente que eso no ha ocurrido.

Sin embargo, aquí estoy, mejor dicho, aquí estamos, nos la pasamos demasiado bien en una fiesta típica del colegio, bebimos sin consideración, o bueno… Fred lo hizo. Pero aun así, siento como si hubiese chupado de la cabeza de un trol. Un sutil calorcito en mi garganta y en mi vientre. No obstante, eso ya pasó a ser una pequeñez hace mucho, y es que… le robé el aliento al amor de mi vida, y él me devolvió el favor. Sus labios son más embriagadores de lo que algún día pude imaginar, tan adictivos que no me importaría sentirlos por todo el cuerpo, llenándome de él, llenándome de tanto sentimiento propio de un Weasley. Es inevitable decirle la verdad, es inevitable soltar aquello que he guardado por tantos años en lo más profundo de mi corazón, le he dicho que lo amo, y aunque no fueron más de dos palabras, sentí como mi vida se detuvo por un segundo. Y es que pude notar como el rostro de Fred se desfiguraba notoriamente, como el alcohol se esfumaba de sus venas en menos de un instante. Vaya Margarett ¿cómo pudiste ser tan tonta, cómo pudiste siquiera conservar las esperanzas de que algo bueno pudiera salir de esto? No obstante, ahí está, me responde afirmativamente, y aunque su expresión me deja claro que miente, creo que no estoy dispuesta a detenerlo, creo que luego de esto podré vivir tranquila por un tiempo, podré dejar de imaginar su cuerpo, sus besos, porque ya los habré tenido, y los habré disfrutado. Fred Weasley habrá sido mío, habremos sido el uno del otro, por primera vez, de una manera increíble, profunda e inigualable. Y como si mi cerebro se desconectase, me propongo concentrarme, y lo logro…. Las succiones se vuelven más feroces, las lamidas y los besos logran estremecerme, apretando los pies descalzos contra su ávido cuerpo, mis manos se aferran a su espalda curtida por el quidditch. Inclino la cabeza levemente hacia atrás, logrando llegar a un destino desconocido, uno mucho más delicioso y placentero, sin importar ni media calabaza lo que pase luego de terminar aquí.

Siento como su mano grande, pero delicada y hábil, se desliza hasta mi cuello, acariciándolo, invitándome a ingresar juntos a ese mundo desconocido. Sus ojos se clavan en los míos, y por unos minutos incluso comienzo a plantearme seriamente el creer en sus palabras, en creerme que me ama, que todo esto es el cielo. Su mirada me transmite la ternura, y la confianza que realmente me hacen falta, sus caricias me hipnotizan sin mucho trabajo, y es así de simple, como caigo en sus redes, como permito ser despojada de mis prendas, como permito que mi cuerpo sea observado directamente por la única persona a quien se lo permitiría. La seda roza mi ávida piel, seguida de cerca por sus deliciosos labios, mis pechos quedan al descubierto, y no puedo más que cerrar los ojos. Estoy sonrojada, y aunque no es propio de una dama, ya nada me importa, nada más que el roce de esos labios, nada más que el cuerpo de Fred sobre el mío. Esa noche seríamos uno, ambos lo habíamos pactado silenciosamente.-
Margarett Z. Selwyn
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Escondido en tu memoria, donde nadie pueda encontrarlo...ni siquiera tú {Fred W.} Empty Re: Escondido en tu memoria, donde nadie pueda encontrarlo...ni siquiera tú {Fred W.}

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