Y no fue verdad la alucinación. Ni tú la creíste, ni la creo yo | Alice

Uno, dos, uno, dos, una pierna y luego la otra, uno, dos, adelante, siempre adelante. Tres minutos después de la misteriosa combinación de unos y dos, me detengo donde terminan las escaleras y donde un largo pasillo se extiende ante mí. ¿Qué hacer? En teoría debía reunirme cuanto antes con una de las más recientes adquisiciones del club de alumnos “electos” del señor director ―y hacía ya más de media hora que la nota me había sido entregada ―, la cuestión estaba en que no era el único que debía presentarse ante el chico, mi buen amigo debía acompañarme para tratar ciertos temas que requerían de confidencialidad y delicadeza. Hasta allí todo iba bien, si, sí, ambos iríamos sin importar qué ―si Vlad lo ordenaba, nosotros cumplíamos―, salvo por un pequeño imprevisto, Malfoy llevaba desaparecido toda la mañana.

Suspiro sin moverme del lugar en el que me quedé anclado desde que mis pensamientos dieron rienda suelta a sus preocupaciones del día ―y quizá es decir mucho, porque posiblemente me preocuparé por otra cosa una vez resuelva esto―, por un instante me siento abandonado como un paraje en mitad de la nada pese a que no es la primera, ni probablemente la última, vez que me ocurre algo parecido. Me aliento y obligo a pensar en otra posible solución, porque recorrer el castillo, intentar con un hechizo y preguntarle a cuanta persona me encontraba no había dado muchos resultados, salvo quizá notar que las personas mentían cuando algo no les interesaba solo para que dejara de molestar. Si, a este paso iba a tener que cargar con la responsabilidad completa de lo que aconteciera con el encargo. Una vista minuciosa a mi alrededor me deja con una única alternativa, esperar. Esperaré a tener algo de suerte pero no en este sitio. Reanudo mi marcha sobre el corredor que conduce a la puerta principal, pienso que si alguien quiere entrar o salir del castillo debe forzosamente pasar por dicho lugar ¿cierto? Y si ya comprobé que no se encuentra en el interior, solo queda la posibilidad de que esté fuera. Lo que me deja con dos caminos. Uno, podría salir y hacer un esfuerzo por dar con su paradero; o dos, esperar a que pase por allí. Tomando en cuenta que he subido y bajado escaleras los últimos veinticinco minutos a un paso poco propio en mí, opto por lo segundo.

Una vez en el hall de entrada escojo un muro donde poder posicionarme, recuperar el aire que me falta, y de paso escrutar a todo sujeto que cruce este acogedor recibidor. Dos minutos más tarde, mi esperanza comienza a esfumarse con lentitud, esto está más muerto que el Barón Sanguinario o las fiestas de muertaños que celebran los fantasmas, al menos ellos se dejan ver con frecuencia, pero hoy, ni un alma se ha aparecido. Lentamente, mi espalda apoyada contra la pared se desliza centímetro a centímetro, atraída por las inevitables leyes de gravedad. Cuando me siento tocar el suelo cierro los ojos y me digo que solo me quedaré allí diez minutos más, y si el lobo no aparece, me marcharé para cuidar a su lobezno.

No sabía exactamente que había estado haciendo fuera del colegio, ni siquiera era consciente de si estaba esperando a alguien en particular o simplemente me había dejado llevar nuevamente por las emociones que luchaban por dominarme. La tristeza y la soledad no eran algo totalmente nuevo ni totalmente ajeno, las había experimentado ya un millón de veces a lo largo de mi vida y aún me sorprendía como podían llegar a hacer mella en mi corazón y en la forma en la que trataba a los demás; aunque claro, yo no era de las personas que dejan sus sentimientos a la vista de todos para que puedan ser juzgados por ellos, estaba más acostumbrada a desviar la vista y fingir una sonrisa que a enfrentar a los problemas que se me presentaban delante y que sabía, jamás podría superar.

Tal vez Jimmy tuviera razón, tal vez estaba tan acostumbrada a fingir demencia que ya lo veía todo de diferente manera, una cosa era hacerme la valiente y otra totalmente diferente era tratar de actuar como si nada hubiese pasado, regresando a la normalidad de la forma más exacta que la otra persona pudiera darme porque… ¿a caso no era lo suficientemente egoísta tratar de conservar a una persona especial? Sin importar lo que llegara a pasar, los sentimientos que tenía hacia ciertas personas eran algo que difícilmente podía olvidar y, si ambas partes estaban de acuerdo con ello, ¿realmente tenía algo de malo? Si, tenía tanto de malo como de bueno, aunque cuando se es un actor consumado llegas a acostumbrarte a ver solo lo que quieres ver porque si no, de otra manera, hace tiempo que tendrías roto el corazón.

De esa forma me sentía en aquellos momentos, es por eso que en los días en los que normalmente habría ido a visitar a mis amigas prefería pasármelos en el alfeizar de la ventana de mi dormitorio, acariciando la lechuza que papá me enviara por mi 16° cumpleaños. Sabía muy bien que esa clase de actitud levantaría sospechas, especialmente en Rose quien me conocía mejor que nadie, aunque aún no estaba preparada para salir y dar la cara al mundo con mi mas resplandeciente sonrisa mientras mi interior se desmoronaba un poco más rápido que de costumbre; solo era necesario otros minutos, segundos, horas o días más en lo que podía restaurar lo que quedaba de mi ilusión para volver a reírme con naturalidad, unos días más para que pudiera volver a sentirme como un ser humano de verdad.

Tal vez esa fuera la razón por la que había salido huyendo una vez que terminaran mis clases matutinas, corriendo por entre los corredores hasta refugiarme en la tranquilidad del bosque donde estaba totalmente segura de que no lo encontraría, aunque tampoco era que lo evitara conscientemente; simplemente ya no lo buscaba como antes. El aire puro de los alrededores del bosque y del lago que brillaba cálido aquella mañana calmaron mis nervios y, cuando se hizo notorio que mi ausencia no podía durar más, me encamine con una pequeña sonrisa en mi rostro hacia la entrada del colegio; decidida a buscar esta vez a mis amigas para desahogarme un poco. Buscaria con especial atención a Chloé, decidida a permitir esta vez que su felicidad me contagiara y me convenciera por fin de que la decisión que él había tomado era realmente la correcta, puesto que desde hacía meses que no la veía tan feliz ni tan llena de vida; no le guardaba ningún rencor ni nada por el estilo, era la clase de personas que se alegraban por la felicidad ajena y en especial si esta provenía de una de mis mejores amigas.

Los pensamientos alegres se agolpaban en mi mente cuando, al entrar en el Hall del castillo, tropecé accidentalmente con una figura desquiciantemente conocida al subir los escalones. Por unos horribles instantes mis ojos transmitieron lo que de verdad sentía, pánico puro y dolor entremezclados con la sorpresa y un ligero fastidio, ¿de verdad tenía tan mala suerte de que, cuando al fin podía actuar con normalidad iba y me lo encontraba en medio del vestíbulo?, era una tonta certificada por no haber pensado en regresar cuando nadie pudiera estar ni por casualidad en los alrededores de la entrada del colegio.

Aunque aquel lapsus de estupidez duró solamente unos segundos, los segundos que necesité para calmar mis pensamientos que se retorcían en mi cerebro mandando malas señales a mi estómago, respirare entrecortadamente sin que él se diera cuenta y le sonreí de aquella forma que solía hacerlo, transmitiendo el cariño que aún sentía por el chico con el que accidentalmente me había topado. Me alejé rápidamente de él, solo unos pasos, aunque lo suficiente como para no sentir el calor que emanaba de su cuerpo y, con un pequeño puchero en mis labios decidí comenzar lo que en apariencia lucía como corta conversación: -Hola Al, no esperaba encontrarte aquí…-mi corazón latía a mil por hora mientras mi mente lo regañaba por ser aún tan ingenuo – lamento haberte atropellado, no pensaba con claridad... ¿estás bien?- de mis palabras se destilaba una auténtica curiosidad y preocupación, porque aunque el sueño que alguna vez habría tenido con el Slytherin que estaba frente a mí se había roto en mil pedazos,todavía lo consideraba como un buen amigo y eso, me dije, jamás cambiaría; sin importar lo que llegase a pasar en un futuro.

Casi puedo decir la cifra exacta de los segundos que han pasado desde que me senté a esperar, lo cual no hace más que sienta que ha pasado ya una eternidad. Me recuesto, resbalando cada vez más, casi quedando en una posición completamente horizontal. Aquel fatídico error es el que me lleva a terminar convirtiéndome en una viga imperceptible que obstaculiza el paso, y es que ¿Quién pensaría toparse con algo así en su camino? Sin duda nadie, y he allí el motivo por el cual me veo arrollado por otro cuerpo que es arrastrado por su mismo peso, y el lío en que se convierten nuestras extremidades. Ruedo sobre mi estómago mientras me lamento en silencio, para poder volver a sentarme, esta vez en una posición menos molesta. Mis ojos cerrados y el ceño fruncido reflejan por un segundo lo insensato que ha sido de mi parte el haber quedado tan quieto sin dar señales de vida, y por otra parte, el fastidio que me causa la persona culpable del inesperado accidente. Miro al frente para echar un vistazo del daño en mi agresor y cuál es la sorpresa que me llevo al identificar un par de ojos claros que me son perfectamente conocidos. Me sonríe apenada, y probablemente adolorida, por lo que acaba de suceder. Mi mano izquierda permanece sobre mi cuerpo mientras la derecha se eleva para restarle importancia al hecho mientras la chica se disculpa.

Asiento y sonrío un poco mientras me apoyo en la pared para ponerme de pie. Una vez arriba uno mis manos por detrás de mi espalda y me recargo contra el muro solo para sentirme cerca de algo que me mantenga estable tan física como mentalmente. ―Oh estoy bien, no te preocupes más de lo debido. En verdad, no ha sido nada. ¿Tu, te duele algo? Creo que llevaste la peor parte ― como fuera, yo estando ya en el suelo, solo había rodado unos cuantos centímetros; y salvo por el choque inicial, mi tragedia se reducía a nada. Por otra parte, ella había caído desde un poco más arriba y el piso no siempre te recibe amigablemente. De pronto pienso que en realidad pudo ser mucho más grave, y entonces me acerco apresurado hasta su lado para tomar su brazo y darle algo de balance. ―¿Debería acompañarte a la enfermería?―pregunto más preocupado de lo que en verdad aparento. La miro escrutando su rostro, esperando encontrar un moretón, alguna protuberancia anormal o hasta un poco de sangre; pero nada de eso se asoma ante mis ojos y entonces respiro con más tranquilidad. Parece que después de todo solo estoy exagerando las cosas. Apresuro mi mirada al suelo, retrocediendo dos pasos, dándole espacio. ―Perdona― me disculpo mirando mis manos que se retuercen una alrededor de la otra. ―Parece que llevabas prisa, ¿ibas a algún lugar?― pregunto amablemente, solo por decir algo.