It's a long war to the top ¿right? But everybody wants rock'n'roll

Noche cerrada se cernía sobre las altas tierras escocesas y el desarrollado león recorría los corredores -desiertos- de un castillo que antaño había sido la alegría de sus días. Y hoy, hoy era grisáceo, oscuro, escabroso y triste. Como si la admirada Wonderland de Alicia un malvado hechicero viniera y con su pincel mágico despojara de todo color y la re-pintara toda en gris, variando las tonalidades. Poco a poco dejando que las risas se extinguieran y con ellas la felicidad y alegría del ambiente. O como si McDonald's y las corporaciones arribaran a Nunca Jamás y así los niños perdidos dejaran de existir, Peter Pan creciera y las hadas... las hadas desaparecieran. Mientras el mundo consumía una tierra mágica de nadie y a la vez de todo aquel que supiera encontrarla y respetarla.
Ceñido por su capa gris, túnica de Gryffindor, el moreno recorría sin prisa pero tampoco con tranquilidad, aquellos lares.
Finalmente rodeó una esquina, entre la unión de dos pasillos y apresuró el paso. No tenía ningún punto fijo. O tal vez sí. Quería esa sala. Quería ir a ella, pero por nada en especial. Su tío Harry le había hablado del espejo que había allí. Le había contado lo que vio él y su amigo Ron. Le contó que hacía el espejo y como hizo que el con solo  once años obtuviera un elixir de la vida eterna único en el mundo.
Nunca había estado allí sin embargo, hasta esa noche. Tenía miedo de lo que pudiera ver. Tenía miedo de que las advertencias de su tío no surtieran efecto y lo que viera, se le subiera a la cabeza. Pero estaba harto. Su cabeza desde la última semana, había sido un lío. Un auténtico desastre. En sintonía con su vida y con el mundo en general. Todo parecía caerse a pedazos, haber perdido el rumbo. Por eso quería el espejo, por eso quería mirarse frente al espejo de Oesed y observar lo que realmente deseaba. Porque llegó hasta ese punto el muchacho cazador del equipo de Quidditch. Ni siquiera saber que más deseaba en todo el mundo.
Finalmente se topó con la puerta de roble y dando una bocanada de aire, la abrió sin miramientos. Mejor de sopetón a tardar un siglo, cuando acabaría abriéndola igual. La sala era cuadrada y pequeña. Pero al encontrarse, semi-vacía, daba un aspecto espacioso. Una hilera de columnas enmarcaban cada ventana de cristal. Era una sala gris y fría, llena de misterio. Y en el centro, enmarcado por un marco de oro fundido y grabado, torneado y formado por el órfebre duende más habilidoso, se encontraba. Se encontraba aquella superficie plateada. De extraño material y fabricación, aquel vidrio alterado para reflejar o que se enfrentaba a él. Pero aquel espejo tenía algo de especial y es que reflejaba algo en tu corazón. Si es que te atrevías a enfrentarlo. El ensimismamiento, no le dejó escuchar cuando el picaporte de la sala volvía a girar, abriéndose bajo el silencioso crujir de las bisagras, dando paso a otro personaje.

―Uno más y puedes volver a la cama― me digo en voz baja para darme ánimos. Desde que mi compañero de turno y yo optábamos por separarnos para revisar los pasillos correspondientes y así terminar en menos tiempo, me tomaba la guardia nocturna con calma. Claro, siempre era un poco más aburrido caminar solo y en silencio, pero por otra parte era menos trabajo y me daba tiempo para reconsiderar mis actividades realizadas durante el día. Una costumbre que había guardado desde mí llegada al castillo y que hasta la fecha realizaba noche tras noche antes de ir a dormir. Cuando era niño lo hacía para guardar en mi memoria cada preciado detalle de mis días en este lugar, ahora lo hacía para intentar ver mis faltas, corregirlas y no volver a tropezar con la misma piedra en el futuro. Puede que el objetivo fuera distinto pero en esencia se trataba del mismo procedimiento. Además, recorrer este pasillo no me desagradaba, no del todo.

Camino con la varita en alto, iluminando mi camino para no dar un paso en falso, uno nunca sabe cuándo alguien deja “olvidado” su útiles, el almuerzo de hace una semana, o una bomba fétida. Cuando llego a la puerta que guarda aquel espléndido espejo me detengo frente a ella. Hace ya un año que sé de su ubicación y en ninguno de esos trescientos sesenta y cinco días me he atrevido a ir más allá del umbral. Tan solo tomar el picaporte, girarlo y abrir la puerta me tomó más de cuatro meses, pensar en caminar en línea recta hasta él sin titubear o girarme en el último instante me atormenta, hacerlo sería la muerte. Y no es no quiera saber lo que puede mostrarme, porque de hecho eso calmaría todas mis dudas; pero, yo solo, no puedo. Temo lo que pueda ver, ¿y si se trata de esa parte oscura que me empeño en reprimir?

Miro la madera con pena y pesadez. Apoyo la palma completa sobre ella y siento la textura áspera y fría.  Solo es para comprobar que no haya nadie dentro, digo tontamente como buscando una excusa. Lo peor es que es la misma de siempre, no puedo aceptar que no tengo el valor. Me parece que llevo una eternidad allí de pie, así que termino por empujar con fuerza. Un leve crujido hace eco en aquel silencioso y olvidado lugar, me paralizo, dejo de aplicar fuerza pero es tarde, el propio peso de la puerta hace que se mueve más y más, dejándome ver el interior de la sala. Y allí en mitad de todo, a medio camino una figura se alza. Permanezco en mi lugar con la varita lista en mi mano derecha, pero pronto me doy cuenta que no hará falta usarla. Dañar a la familia directamente no es algo que quiera hacer. No aún, dice algo sombrío dentro de mí y me estremezco al escucharlo. Eso no es una buena señal.

―¿Insomnio?―pregunto sin interés aparente en mi voz. No dudo de las intenciones de Fred al venir aquí, ¿qué otra cosa podría ser si no ver al espejo? Pero igual quiero darle algo de tiempo para que escoja bien sus palabras. ―Parece que te perdiste camino a tu sala. Sabes que no deberías estar aquí―finalizo algo cansado porque quizá haga caso omiso de lo que diga, después de todo es él, y las reglas no parecen importarle mucho.

La voz de su primo, hizo que el de ojos oscuros volteara a ver. El susto, repentino y efímero, de que alguien lo sorprendiera, hizo que ágil y relampagueante deslizara su varita. Con los músculos tensos y esta en alto,  divisó a quien era su primo, haciendo que la mano que sujetaba el catalizador mágico se aflojara y descendiera lentamente hasta ocupar su lugar al costado de su cuerpo. Un detalle menor fue el que no guardara la varita. Pero en definitiva, con quien tenía en frente no era alguien que pudiera decir… conociera. Porque por crudo y duro que sonara, Fred no conocía a Albus, o más bien, ese no era Albus. Y si lo era, entonces toda su vida vivió engañado respecto a su primo menor. —Y tú sabes que eso me importa poco y nada…— contestó socarrón esbozando una fría y tensa sonrisa soberbia, de las que eran propias de él, pero el que no saliera con naturaleza dañaba el gesto. —Además, no creo que nadie vaya a encontrarme aquí…— añadió encogiéndose de hombros y a continuación adoptando una posición más cómoda al recargar el peso de su cuerpo en solo una de sus piernas y relajar así el resto de los músculos. —A menos que mi pequeño primo la serpiente de la familia piense en delatarme… — masculló burlón agitando la varita en círculos para darle énfasis a su expresión satírica e irónica.
Caminó hacia atrás, de espaldas, sin quitarle el ojo de encima a su primo, hasta que acabó volteando y acortó el trecho hasta una de las paredes de la habitación. Se dio la vuelta nuevamente y recargó la espalda contra la pared, volviendo a estudiar con la mirada a su primo, sin despegar los brazos de su torso ni soltar la varita, que asomaba de su mano. —¿Y qué haces tú aquí Albus? ¿Jefesito Quejicus te dejó salir fuera de la cama o fue la otra?— inquirió escupiendo cada palabra que lanzaba con su pregunta. Maldecía una y otra vez al clan Malfoy-Black, si había una familia que le había quitado más familiares que ninguna otra, esa era la de los amiguitos de su primo.

Espero paciente a que me lance una respuesta mordaz o una burla irónica, cualquiera de las dos entraría dentro de los estándares normales. Después de un tiempo, ese tipo de frases son la que venía escuchando de algunos miembros de familia, lo que por una parte me hacía pensar que en verdad ya no era uno de ellos, era el “traidor” de la familia; por otra, me reafirmaba el camino que había elegido. No es que creyera que después de tatuarme la marca en mi brazo ellos me darían palabras de aliento y me recibieran con los brazos abiertos, quizá que me miraran con ojos adoloridos y llenos de desilusión. Aquello sería mucho más fácil de tratar que las palabras llenas de rabia y odio. Inclino mi cabeza de lado, dirigiendo mi mirada a la varita que apunta directo a mí. Por mi parte susurro un imperceptible Nox, y la luz que provee mi propia varita se extingue, débil y sin fuerza. Me quedo allí de pie, bajo el umbral de la puerta, escuchando cada palabra, cada golpe, cada martilleo. Mi rostro no cambia en expresividad, haría falta mucho más para obtener una reacción, de eso ya había escuchado bastante, y no es nada nuevo. ―Tampoco creo que te interese saber sobre mis actividades ¿cierto?, quiero decir, para ti, personas como yo son apenas una cosa de nada, personas sin importancia. Probablemente solo te quite más tiempo del que ya has perdido hablando conmigo― y con ello no me refería a los chicos de mi casa, porque para eso no todos estaban tan comprometidos con la causa como yo lo estaba, algunos de ellos solo disfrutaban de los beneficios y regalías que ofrecía ser un alumno de Slytherin sin realmente serlo.

―Y no, no pienso delatarte, solo ten en cuenta que no soy el único prefecto haciendo la ronda nocturna de esta noche.― añado con tono sombrío. ¿Se trataba de un gesto de amabilidad? No, no lo era. Incluso antes de la ruptura con la familia, aquel chico y yo no habíamos sido lo suficientemente cercanos como para ahora me sintiera mal por si algo le ocurría. Recordando, la mayoría de sus castigos en el pasado, se los había ganado con el sudor de su frente, si en ese entonces no intercedí por él, no veía ahora porqué habría de hacerlo. ―Aunque claro, no es como si no supieras apañártelas, lo has hecho muy estos años, así que si alguien más te encuentra aquí, seguro saldrás de esta― y si no, bueno, ese no sería mi problema. Yo tenía que ocuparme de mis propios asuntos, esa era la regla.