Si quieres que las cosas salgan bien, debes hacerlas tú mismo | S. Malfoy

Llevaba toda la tarde de un sábado metido en aquella aula vacía, seleccionando, cortando y mezclando ingredientes dentro de un viejo caldero. Desde mi partida, lo único útil que había hecho en el cuartel eran pociones, y no es que no hubiera personas con más habilidades entre los miembros pero por alguna razón creían que era una perdida de tiempo. Yo por mi parte no había cosa que hiciera mejor, salvo por el quidditch quizá. Así de la noche a la mañana, las pociones se volvieron en una parte esencial de mi día a día, desde la selección de ingredientes hasta su preparación, terminando con el producto final que era siempre confiable y efectivo. Según sabía la abuela Lily y el mismo Severus habían sido de los mejores en la clase, quizá todo estaba en la sangre después de todo. 

Giré a ver como iban los dos calderos que estaban un poco más apartados, colocados en otra banca. La primera hervía a fuego lento, y según mis cálculos le faltaba cocción. El segundo ya tenía el color deseado pero igual le faltaba hervir un poco más. Las volví a dejar y regresé a mi lugar frente al tercer caldero que aún no tenía nada dentro.

En el momento en que comenzaba a verter algo de agua la puerta del aula se abrió con un chirrido grave, resultado de años sin mantenimiento. Supe quien era antes de que entrara, nadie más vendría en un día como hoy hasta estos lares aparte de mi, excepto el dueño de la sombra. Su cabello dorado fue lo primero que vislumbre.

Después de revisar que los chicos nuevos no estuvieran "divirtiéndose" con algunos sangre impura, lo cual pasaba a menudo; me moví en silencio hasta la sala común. Tal parecía que el estatus de pertenecer al club de los chicos favoritos del director los envalentonaba estúpidamente. Intentaba mantenerlos bajo control, pero cada vez actuaban más sin preocuparse por ser descubiertos. Un día de estos no me tendrían cuidando de sus traseros, y dejaría que les dieran un escarmiento así vinieran a rogarme y ofrecerme sus almas.

Un vistazo al interior del nido de las serpientes me confirmó lo que mi mente me susurraba desde que pensé en él. No estaba allí. Pasé en silencio por la sala sin mirar a ninguno de los presentes que guardaron silencio en cuanto entré, hasta alcanzar las escaleras. Subí hasta la habitación de chicos y la encontré tan vacía como la dejé esa misma mañana al bajar a desayunar. Deshice mi camino y regresé hasta la serpiente de piedra que flanqueaba la entrada principal.

¿Dónde ir? Solo había dos lugares con seguridad en los cuales buscar, el resto del castillo y sus alrededores serían una pérdida de tiempo. Miré el pasillo oscuro a mi derecha y algo de luz hacia la izquierda. ¿Las mazmorras o el lago? Dí un paso con dirección a las escaleras y en el último segundo di media vuelta para ir a la oscuridad.

Pasé la aula de pociones y el despacho de mi padre. Sabía que él no estaba allí. Él se marchaba cada sábado poco antes del almuerzo para visitar a mi madre, y no regresaba hasta el domingo en la noche listo para presentar su clase de los lunes. No me preocupaba de todas formas, hacia tiempo que había dejado de rendirle cuentas de todo lo que hacía o dejaba de hacer. Caminé hasta la aula más abandonada, aquella que servía más para almacenar objetos que para un uso académico. Sin anunciar mi llegada empujé la puerta y un horrible sonido advirtió a quien esperaba encontrar. El castillo necesitaba mantenimiento.

Introduje parte de mi cabeza con cuidado, la puerta se había trabado y solo podías acceder a la habitación pasando por un estrecho espacio. Mi posicioné de lado para entrar, segundos después mi cuerpo entero estaba dentro y la persona que buscaba estaba allí moviéndose entre las bancas viejas.

¿Hace cuanto que estás aquí?, pregunté respingando la nariz, los olores del lugar me golpearon con rapidez en cuanto los percibí.

Aguarde a que mi invitado se hiciera paso hasta el interior del aula, lo cual llevó un poco de tiempo. La puerta no se abría por completo debido a una falla en la bisagra superior, la cual ya no sostenía por completo el peso de la puerta. Para personas un tanto delgadas y ágiles no representaba ningún problema, para aquellas un poco más robustas como el caso de mi amigo, la historia era muy diferente. Supuse que ser buscador de quidditch tenía sus ventajas y desventajas; aunque claro, en general y por una extraña razón, las segundas eran en las que yo reparaba primero.

Le miré de reojo sin dejar de verter ingredientes en el caldero frente a mi. Encendí el fuego con movimiento ligero de varita y regresé mi vista a la página correcta del libro. Scorpius ya estaba dentro quitandole el polvo a sus pantalones. Le di un nuevo y rápido vistazo. Sus facciones se veían deformadas por el acto de arrugar la nariz. Los olores a mi alrededor era muy variados a causa de las diferentes pociones que preparaba, pero dado que hacia semanas que las preparaba una y otra vez para mi propio uso personal, había terminado acostumbrándome a sus esencias. Lo que para Scorpius era una desagradable molestia, para mi era insignificante.

No mucho, supongo. Respondí removiendo con la varita el suave burbujeo que era ahora mi mezcla. ¿Qué era el tiempo? Posiblemente una simple invención del hombre para controlar cada parte de su vida. Desde mi punto de vista, solo algo subjetivo.

No te vi en el almuerzo, proseguí con las instrucciones del libro. Lo cierto es que no las necesitaba, después de tanto prepararlas, me había aprendido de memoria cada paso; sin embargo, tener al libro allí, abierto a un lado me daba seguridad. Mis palabras habían salido sin ningún tono en específico, era planas pero con la interrogante incluida. No era raro que él se ausentara de las clases, el desayuno, el almuerzo o lo que fuera, no para mi. Había algo con el deber y las responsabilidades que Scorpius tenía muy presentes, y si tenía que hacerlo, lo hacía sin pedir permiso o avisar de ello. Pero fuera de eso, yo siempre me mantenía informado, esta vez no era diferente.

No podía identificar ninguno de los olores de la habitación, era como una explosión de muchas cosas y nada a la vez. Mi sentido de percepción podría denominarse con fina y aguda, rara vez fallaba a la hora de ponerme a prueba; pero con Albus y su nuevo hobbie... Comenzaba a creer que no lo entendía. Ponía todo mi esfuerzo y permanecer con los pies firmes entre toda la locura que mi vida era ahora, aferrándome a todo lo real y lógico que tenía a mi alcance. Albus era lo más sólido y cercano para mi, antes de esto y con seguridad también después, cuando todo finalizara. Si es que lo hacía.

Le miré fijamente evaluando sus gestos y forma de moverse. Hasta ahora me había ignorado olímpicamente, lo cual no me aseguraba si se encontraba del todo bien o no. Comencé a caminar por entre las bancas polvorientas con las manos en los bolsillos, rodeándolo. Estaba convencido que llevaba metido en este lugar más de dos horas, mínimo. En los últimos días, Albus pasaba cada minuto de su tiempo libre en aquel abandonado lugar. No sabía a ciencia cierta lo que le había ocurrido durante su estancia en el cuartel, pero todo apuntaba a que preparar pociones había sido su único oficio.

Después de dar todo en recorrido por el amplio lugar, me detuve junto a los calderos que había en una mesa más apartada. Estaba por arriesgarme y olfatear un poco uno de ellos cuando nuevas palabras de congelaron en mi posición. Había desaparecido un par de horas entre el desayuno y el almuerzo, solo para pasarlo en el despacho del director. Había sido una charla sin mucha novedad, se trataba de lo mismo de siempre: que si los pequeños miembros tenías problemas, que si yo estaba guiándolos por "buenos" pasos, que si necesitaba algo para seguir con el plan, la misma charada de siempre. Yo sabía porque se mostraba amable y agradable conmigo no por mí, sino por mi tía.

Tuve que asistir a una aburrida reunión, minimicé la idea con tono aburrido y un movimiento de mano. Para cuando llegué al gran salón, solo quedaban unos cuantos renacuajos charlando en sus mesas. Y despues de eso, había tenido que ir hasta las cocinas en busca de algo que llenara mi estómago por un par de horas hasta la cena.

¿Qué es esto de aquí?, pregunté señalando al caldero con liquido naranja.

Sin separar la vista de lo que hacía, fui consciente de cada movimiento del chico rubio. Su andar despreocupado pero con ese toque de elegancia y claro, prepotencia. Cuando Malfoy caminaba era siempre con la cabeza en alto, digno de sí, de lo que era y de lo que representaba. En cuanto a mi, yo me gustaba pensar que mi andar era más sigiloso e inapercibido. El anonimato me iba más que la fama, lamentablemente la realidad no era así.

Asentí para darle a entender que comprendí el motivo de su ausencia. Al director le encantaba contar con la presencia de Scorpius, porque eso de alguna forma reafirmaba su poder dentro del Colegio, si tenías a la gansa de los huevos de oro, entonces lo tenías todo.

Para cuando terminé de remover con ligereza la mezcla del caldero, la dejé reposar a fuego lento según las indicaciones del texto. Dejé por un segundo todo el desorden tal cual estaba, solo para apoyarme de espaldas a la mesa y mirar a mi amigo inclinarse sobre uno de los calderos que debería estar casi listo. Se había detenido a mitad de camino, dubitativo. Sonreí un poco.

Deberías saberlo, después de todo es lo que nos deja dormir por las noches libres de pesadillas, aseguré con tono alegre. Cuando las sombras invaden tu mente, los sueños son los primeros en morir, son remplazados por terribles imágenes que uno prefiere ni siquiera imaginar. Las pociones era capaz de solucionarlo, al menos durante las noches.

Y la de tu derecha, hace lo mismo; excepto que lo hace durante el día., añadí menos feliz. Tal vez éramos adictos a ambas pociones pero gracias a ellas, llevábamos una vida menos horrible.

Mi ceja comenzó a elevarse con lentitud en cuanto él me indicó de lo que se trataba. Así que era eso. Silbé por lo bajo en señal de asombro. Desde hacía semanas que había visto por primera vez a Albus con pequeños frascos en su mano antes de dormir y después de despertar. Siempre bebía su contenido cuando nadie le miraba. Solo paso una semana antes de que lo abordara y le preguntara que era lo que en verdad guardaba allí. "Vitaminas" no era la respuesta correcta, eso lo sabía. Tres horas después, tenía la solución a mis problemas en las manos. Increíble que algo tan pequeño pudiera aliviar tanto.

Pero..., comencé con tono preocupado a medida que me acercaba más y más a los calderos al punto de poder ver mi reflejo en el agua turbia, solo para poder ver con mayor claridad. Esto no va a alcanzarnos, terminé la frase encontrándome finalmente con su mirada. Se miraba cansado pero tranquilo y tal vez, solo tal vez, algo feliz. Si estar aquí abajo, aislado, picando y machacando extrañas cosas para después meterlas en viejos calderos, le hacían bien, entonces yo no me opondría incluso si no lo consideraba correcto.

Entonces pongamos manos a la obra, retomé de nuevo energía quitándome la túnica que lancé descuidadamente en otra mesa. Comencé a doblar las mangas de mi camisa hacia arriba. Necesitaremos más calderos, tu puedes ponerte a picar ingredientes.

No me había animado en todo el día, y ahora solo quería hacer pociones. Algo estaba mal conmigo.

Definitivamente esperaba cualquier otro tipo de reacción  de su parte ante las palabras que  yo acababa de proferir. Ofrecerse a ser mi pincho de cocina, no era exactamente lo que tenia en mente. Imagine a Scorpius nadando en las lagunas de felicidad que las pociones nos  otorgaban, y la expresión de su rostro no podía explicarse con palabras. Si se inclinaba un poco más, terminaría yéndose de bruces contra mi caldero.

Me observó contrariado, la incertidumbre claramente marcada en sus ojos. Y entonces, de pronto, no sabía si asustarme o echarme a reír por el rumbo que tomaron las cosas. La impecable capa de Malfoy salió volando hacia un lado, sin ningún tipo de cuidado, y terminó olvidada en una banca con polvo.

Lo miré moverse por entre el resto de las bancas, mientras murmuraba en voz baja, casi para si mismo. No entendí nada de lo que dijo, salvo que comenzara a disponer de los ingredientes.

Permanecí allí, intacto. Esperando a que el notara que yo no iba a tomar ningún cuchillo para pelar, picar, trocear o cortar nada. Después de todo era tarde, pronto vendría la hora de la cena y las pociones que estaban a punto de terminar su cocción nos servirían para dos semanas enteras. Ahora solo quería descansar.

Calderos, calderos, calderos..., repetía en voz baja apenas un murmuro del cual no era consciente. Si hacía mis cuentas, algo en lo que en general no era muy bueno pero allí estaba intentando hacerlas, el contenido de un solo caldero podía repartirse en unas quince porciones. Quizá más. Veinte, debían ser veinte. Y entonces esas veinte servirían para veinte días exactos pero como éramos dos, nos daría diez para cada quien. Poco más de una semana. Consideraba que debíamos tener municiones como para un mes entero, o solo para prevenir. ¿Qué si una dosis no era suficiente? Al paso que íbamos podría ser que necesitáramos más de uno de esos pequeños frascos en los que Albus guardaba la pócima. Había que estar listos para todo.

Avancé en aquel estado frenético y confuso de un lado a otro sin hacer nada realmente, como un enfermo mental tratando con sus diablos interiores. Y entonces hubo un golpe de luz directo a mis ojos, no literal claro está, fue más cómo darme cuenta de que lo que estaba haciendo no tenía sentido. Busqué la mirada verde de mi amigo, alarmado, deseando encontrar estabilidad. Albus seguía en el mismo lugar, observándome, como siempre solía hacer con las personas. Me sentí analizado y enfermo, no se supone que esto fuera así. Respiré hondo dos veces sin perder sus ojos. Inhalo calma, exhalo inseguridad. Dos sencillos pasos que requerían de todo mi autocontrol pero que me ayudaban a que el infierno no se desatara en mi interior.

Supongo que…, comencé a hablar con un tono aún suave. Mi voz no se sentía del todo como la mía por lo que carraspeé para aclarar mi garganta y continué, Supongo que no será necesario preparar más, ¿cierto?. Si debiera definir la mirada de Potter, yo solo diría que era penetrante. Miré a mí alrededor buscando un escape. Reparé en la presencia de mi capa, tumbada en una mesa. Fui por ella y la sacudí para retirar la suciedad de ella, solo para mantener mis manos ocupadas. No espere que respondiera realmente mi pregunta, no era necesario. Será mejor que salga de aquí, estás trabajando y yo…, yo solo estaba molestándolo, como ocurría desde hacía tiempo. Comenzaba a creer que eso era, una carga para él. De no ser por mí, jamás estaría en donde estaba.

Tardó un poco en darse cuenta de que yo no me había movido ni seguido su entusiasmo. De pronto, él solo se detuvo a mitad de un paso como si alguien hubiese detenido la imagen en la cámara. Como una inservible fotografía muggle. Scorpius me miró, como solía hacerlo cada vez que se sentía perdido. Supuse que era una forma de saber que aún estaba en tierra firme y de que todo lo que había alrededor era real. Yo por mi parte, intentaba darle todo el apoyo que podía pero en el fondo sabía que no sería suficiente, porque yo también tenía mis propios momentos de caída. ¿Cómo ayudar a alguien cuando tú estás en la misma situación precaria que él? Yo no podía ser por siempre su balsa.

Esperé sin mostrar reacción alguna a que mi amigo se tranquilizara, no creía que mostrarme alarmado sirviera de algo, no con Scorpius. Podía preocuparme por él, por supuesto que sí, siempre lo hacía, lo que no podía hacer era mostrarlo tan abiertamente; Malfoy era bastante receloso con las muestras de afecto hacia su persona. Había algo que generalmente le molestaba, y si tener a Scorpius nervioso en estado permanente era poco usual, tenerlo nervioso y molesto sería una calamidad para mí, quien tendría que lidiar con él. Nota mental: preparar una poción calmante.

Para cuando se recuperó todo parecía haber vuelto a la normalidad. Le observé imparcial con los brazos sobre mi pecho.  Negué lentamente de lado a lado cuando soltó aquella suposición, no, no necesitábamos más poción. ―Si hubieras esperado, te lo habría antes― dije sin más. Un silencio siguió a mi último comentario y de nuevo solo le miré ir por su capa, intentar limpiarla y colocarla sobre su brazo. ―¿Qué es lo que sucede?―pregunté tajante y de una vez por todas. Esto no iba a ningún lado y ése no era el Scorpius que yo conocía. ¿Desde cuándo creía que era una molestia para el resto? Siempre con sus aires de grandeza, apoderándose de cada espacio que pisaba, y ahora ¿se excusaba? Algo tarde para eso.

Imposible, había sobreactuado y las consecuencias de mi intento fallido de parecer sereno estaban allí, explotando frente a mis ojos. Albus no se enfadaba, él era la paciencia hecha persona y cuando extrañamente lo hacía, no lo demostraba, nunca. Si justo ahora, cruzado de brazos en la misma posición, me miraba con el ceño imperceptiblemente fruncido; era porque había jugado a picar a su yo malo y él había despertado. El ambiente tenso se intensifico a cada segundo que yo continuaba en silencio observándolo y él devolviéndome desafiante la mirada. Perfecto, mi sentimiento de culpa se transformaba lentamente en molestia; y eso no nos llevaría a nada.

Respiré con fuerza, controlando mis emociones como venía haciéndolo desde hacía semanas. Había aprendido a la mala que tener sentimientos, y aún más expresarlos directa o indirectamente sin importar cuanto cuidado ponías en ello, le daba el poder a los demás no solo para dañarte sino para dañarlos a ellos también. Tu dolor multiplicado por el suyo, lo convertía en algo sumamente difícil de soportar. Ahora, después de la lección bien aprendida, yo jamás decía o pensaba en cómo me sentía. Cuando alguien preguntaba cómo estaba ―sí y solo sí se atrevía a acercarse a mí― le daba una mirada indiferente y cambiaba de tema de conversación, incluso con las personas más cercanas y que me conocían bien, la historia no era muy diferente.

¿Lo que sucede?, pregunté de regreso con toda la ingenuidad fingida posible en mi voz. Bueno Albus, no sé si lo hayas notado pero hace días que preparas pociones como para una horda de personas, cuando solo tú y yo las ocupamos. . La ironía había remplazado con rapidez a la timidez inicial. No estaba fastidiándolo porque estuviera enojado con él, quizá conmigo en todo caso; lo hacía porque necesitaba que él estuviera consciente de su propio estado. De lo contrario nada marcharía bien, sonreír y ser amable era lo que solía ser él no distanciarse de todos, menos aún de su familia. Ellos no me agradaban demasiado, salvo por casos muy en específico, y aun así creía que era bueno que mantuviera una conexión con ellos. Sin mencionar que posiblemente nos hayamos creado una dependencia. Y eso es solo la punta del iceberg. Lo sabes.

Pude haber enumerado nuestros múltiples problemas, pero no tenía caso hacerlo, ambos los conocíamos de cabo a rabo.
Dime entonces, ¿Qué crees qué es lo que sucede?

Esperé, sabía que él no se quedaría callado, no cuando alguien lo retaba tan abiertamente. No si se trataba de mí. Luchaba cada día porque Scorpius dejara de sentirse culpable por lo que pasaba en la vida de los demás, no la de todos claro está, pero sí en aquellas que le importaban. Inclusive conmigo, debía hacerle entender que si yo había aceptado unirme  a los mortífagos no había sido por su causa. Yo lo sabía, lo tenía claro, se lo había dicho pero, siempre era como hablar con la pared. Nada cambiaba.

Rodeé los ojos en cuanto escuché el tono de voz empleado. Eso me ganaba por intentar se comprensivo con Malfoy, un juego a adivina que ésta mal. ―No, ¿en verdad? Hombre pues si no me lo dices seguiría pensando que preparo deliciosos jugos dietéticos para la salud―, me decidí por emplear el mismo tono irónico que él había adoptado. Siempre le hablaba como una madre, si eso no funcionaba, era momento de ponernos al mismo nivel y no tratarlo como crío malcriado. Incluso si lo era.

―Por supuesto que lo sé, ¿por quién me tomas?― pregunté desafiante haciendo clara referencia a su persona. ―¿Te crees que finjo solo porque intento llevar una vida normal? ¿O acaso piensas que debo atormentarme y mostrarme distantemente con todos y todo, tal cual lo haces tú? ¿Te ha funcionado? ¿Eh?― ataque directamente su orgullo.

Fue como un golpe directo a mi estómago. Albus no solía ser un tipo amenazador o cruel pero cuando se ponía en modo slytherin, era letal; sobretodo usando sus palabras. Como duelista, no dudaba que fuera igual de bueno, lo cierto es que pocas veces lo había visto haciendo uso de la magia para tales fines ―las clases prácticas no contaban―; sin embargo no descartaba la posibilidad de que fuera realmente un espectáculo digno de ver. Albus batiéndose en un duelo, era como presenciar una caza.

Apreté la mandíbula, intentando no perder el control. No era enfado, era dolor. Dolor de que él tuviera tanta razón, siempre; lo no significaba que se lo dijera, suponía que ya lo sabía. Debí haberme mordido la lengua por la fuerza empleada, de pronto el sabor de la sangre llegó a mis papilas gustativas. Asqueroso. El olor era tolerable, después de verla tan seguido durante una temporada, me había acostumbrado a verla u olerla pero el sabor, eso era repugnante. Pasé saliva como pude, más con ganas de vomitar que de cualquier otra cosa. Lo primero que haría en cuanto acabara esta tonta discusión sin sentido, sería correr hasta los baños para enjuagar mi boca.

Pues no, no siempre funciona, respondí cortante. Al menos en eso no iba a mentirle. Había días en que agradecía que nadie se me acercara; ya fuera para intentar ganarse mi simpatía ―algo casi imposible si no venía con recomendación previa― o solo para fastidiarme ―esto último sucedía más a menudo. Sobre todo si se trataba del alumnado de la casa de los leones que buscaba estúpidamente demostrar su “valentía” a como diera lugar.

Y sin embargo es lo que yo escogí, tu sin embargo juegas a ser simpático con todo mundo y te olvidas que de igual forma ya tomaste una elección. No podía desear que su vida fuera como antes, no después de haber aceptado y recibido la marca que lo demostraba. Incluso si lo hacía con todas sus fuerzas, ya todo estaba hecho, no había más que decir.

Le miré un último segundo antes de girar y dirigirme a la puerta.

El silencio seguía sin abandonarnos ni por un segundo. Por un instante me sentí triste y melancólico, ¿qué había sucedido con nuestra amistad? En escasos meses, toda nuestra relación y los años que nos tomó construirla, comenzó a tambalearse visiblemente. No era que ya no nos apreciáramos mutuamente, al menos en ese sentido yo siempre admiraría a mi amigo sin importar lo que sucediera con ambos; más sin embargo, no podíamos negar que los cambios (mejor dicho la transformación) que habíamos sufrido habían hecho fisuras en ambos. Reconocer que las cosas no eran ni volverían a ser como antes era doloroso, pero necesario. Era parte de aceptar la responsabilidad que te correspondía como consecuencia directa de tus actos. Lo sabía, con seguridad lo hacía y aun así me empeñaba en no verlo. De cierta manera, me engañaba a mí mismo.

Scorpius tenía tanta razón como falsedad en sus palabras. Maravilloso sería que ambos aplicáramos nuestros mutuos consejos, pero el orgullo y la ignorancia siempre eran un camino más fácil. No dije nada después de que el terminara de hablar, ni cuando se movió sin dar una mirada detrás de si y salió con igual lentitud que como cuando llego. Yo solo me limité a observar como solía hacerlo.

Cuando volví a quedarme solo en aquella vieja habitación, me centré de nuevo en mis calderos. Removí una última vez cada una de las pociones y las retiré del fuego. Estaban listas. Antes de proceder a envasarlas en me detuve con los frascos listos en mis manos. Pensar y razonar era una capacidad, hasta ahora, única del ser humano. Decidí que a partir de ése momento me esforzaría más en vivir mi presente, ya fuera o malo, para mejorar mi futuro y dejar mi pasado donde debía estar.

Pese a haber tenido más una confrontación que una charla, hablar con Scor me ayudaba siempre. Solo esperaba estar a la altura de las circunstancias porque aun quedaba mucho camino por recorrer.