La magia, mística tejedora de la enredadera en la que se ha convertido el mundo, ha sabido llevar con sabiduría los lazos que forman el tiempo. Pero, al ser su creadora y la de todos los seres vivientes que allí se encuentran solo puede ver desde la neutralidad de su propio mundo, sin poder intervenir en las acciones que se ciernen sobre su creación. Por tal razón, desde los albores de la humanidad, las brujas y hechiceros han existido como sus siervos, personas encargadas de que el mundo mantenga el equilibrio según los designios de la gran creadora. No obstante, desde hace diez siglos que una de sus servidoras, la cual no merece seguir llevando ese título ni siquiera en el reino de los muertos, participó en un atentado contra la naturaleza que aún hoy provoca grandes desgracias.

Desde el momento en que los vampiros fueron creados y hasta la actualidad, han luchado con todas las razas que caminan por el mundo, una confrontación que aún continúa pero que permanece siempre cambiante de escenario. El lugar escogido por el destino para un nuevo choque entre razas es ese pequeño pueblo escondido en las montañas de Virginia conocido como Mystic Falls, cuna de los más enredados embrollos sobrenaturales que se han visto en toda la historia de la humanidad. El infinito pozo de almas vaga eternamente, desconociendo su origen y rumbo, siempre guiados por una mano invisible, directo a sus destinos. En la antigüedad, los mortales hablaban de ríos; no más que eufemismos para una realidad que niegan a ver. Allí, entre montañas, arboles y lagos, el poder fluye bajo los pies, esperando a ser reclamado. La sangre correrá, pero su dirección es aún incierta.

Lo que resta por ahora es seguir la tan arcana ley de la naturaleza, aquella que ha llevado tantas civilizaciones como vidas. La ley de la selva es cazar o ser cazado.