A little far from the Reality ☭ Mara B.

Me había perdido en la oscuridad de la noche, el insomnio no me permitía dormir nuevamente y en vez de quedarme tirado en la cama decidí salir a dar un paseo. No me preocupaba la posibilidad de encontrarme con algún profesor o algún prefecto, o incluso alguno de esos niños mimados que se creían demasiado por ser los “preferidos del Director”; aunque la mayoría pertenecía a mi casa de verdad detestaba esa forma que tenían de expresarse, como si fueran mejores por el simple hecho de estar bajo las órdenes de aquella que se escondía entre las sombras. Todos esos niñatos no me importaban en lo más mínimo, sabía que para ella no significaban nada más que simple carne de cañón, puesto que los que de verdad importaban no se andaban pavoneando por todo el castillo luciéndose y gritándole a todos lo especiales que son, los verdaderos Mortífagos siempre preferían pasar desapercibidos y atacar cuando menos se les esperaba; igual que las serpientes que nos representaban.

Dejaba que mis pies se adelantaran a mis pensamientos, no quería poner demasiada atención a mi camino, tentando a mi suerte; era mejor ponerle un poco de emoción al asunto antes de que también me aburriera de eso y decidiera que era mejor regresar a casa, llevándome conmigo a Andrei, Arya y Anna. Era algo irónico lo mucho que a la familia le gustaba la letra A, dado que la mayoría de mis familiares siempre llevaban como letra capital aquella que era primera en el abecedario, dejando a elección nuestro segundo nombre una vez que habíamos crecido y tuviéramos la suficiente conciencia como para no elegir algo tan estúpido como peludo. Era lo mismo que le sucedía a nuestros lobos, nos dejaban escoger su nombre y, aunque claramente teníamos que consultarlo con ellos primero, preferían que comenzáramos a pensar en las opciones una vez que dejábamos atrás la etapa en la que el nombre más ingenioso que podíamos ponerle era muñeco o alguna tontería parecida.

Suspiré sonoramente y seguí caminando como si nada, recordando los días en los que aún vivía en Holanda y como había decidido cambiar mi primer nombre una vez que me mudé a Inglaterra, tratando de separarme un poco de la familia a la que pertenecía. Había escogido Jayden porque me recordaba al nombre de mi primo mayor, Jonathan, por el cuál aun siento cierta admiración. Añoraba enormemente los bosques y las laderas de mi hogar, el sonido del mar cuando íbamos a las playas y la crudeza del invierno cuando llegaba y cubría los campos de tulipanes con su blanco manto, también echaba de menos a mi querido lobo, viento gris, el cual había tenido que quedarse en casa debido a la norma del colegio que solo admitía gatos, lechuzas y sapos como mascotas de los alumnos; algo que me parecía realmente estúpido. Los pasillos se sucedían unos a otros mientras dejaba atrás un sinfín de escaleras y aulas vacías, esperando poder llegar a un lugar tranquilo donde pudiera pensar en paz, no me di cuenta de donde estaba hasta que ya no hubo más camino que recorrer. Cuando topé con pared y ya no pude seguir más miré a mi alrededor con el ceño ligeramente fruncido, no quería parar aún y el no poder continuar me frustraba, aunque por un momento mi ubicación me había desconcertado; sabía que me encontraba en una de las torres aunque ignoraba cuál de todas sería, un rápido examen me ayudó a decidir que no me encontraba en ninguna de las torres pertenecientes a las otras dos casas y que tampoco estaba cerca de las aulas de astronomía ni de la lechucería, por no mencionar el despacho del afamado Director.

Rodee mis ojos en un gesto aburrido y me dispuse a buscar algún lugar donde poder abstraerme en mis pensamientos. Al parecer en aquella torre no había ningún salón disponible y como no estaba dispuesto a andar forzando las cerraduras de las puertas cerradas con algún hechizo de apertura me dirigí a la pequeña explanada donde se encontraban dos grandes ventanales que carecían de vidrio alguno, lo que los dejaba abiertos al exterior. Saqué mi cabeza por la abertura y sonreí al encontrar el lugar perfecto y, utilizando una vez más mis extraordinarias habilidades físicas, me subí en el alfeizar de la ventana sentándome cómodamente en ella y mientras disponía todo para pasar un buen rato contemplando la luna fui distraído por un pequeño ruido que me advirtió el hecho de que no me encontraba solo. Fruncí el ceño desesperado y, sacando mi varita, apunté decidido hacia la oscuridad y anuncié, con un deje de desesperación en la voz: -Quien quiera que esté ahí, sepa que no le conviene nada el seguir escondiéndose y si piensa seguir en el anonimato que sepa que no me involucra ningún problema el probar los nuevos encantamientos que he adquirido a lo largo de estos años en este lúgubre lugar- terminé mi pequeño discurso y me dispuse a esperar unos cuantos segundos, los suficientes para que el pequeño espía se revelara o, si tenía la entereza suficiente, saliera corriendo a los brazos de sus prefectos.