Y me resulta imposible...

...sacarla de mi cabeza

Era tarde, muy tarde. El toque de queda, hacía horas que se había dado. Y en teoría, ya nadie rondaba los pasillos y corredores del castillo. Mucho menos deambulaba por él. Pero... ¿era aquello cierto? Desde luego que no. La élite académica, o como a Fred le gustaba llamarlos: "los niños de mami y papi con pedigree". Podían recorrer a sus anchas, "vigilando" o haciendo de las suyas. O más bien, haciendo de las suyas y enmascararlo con que "vigilaban". Eso era una verdad en boca de todos que jamás se mencionaba en voz alta.
Pero tampoco eran solo ellos los que se aventuraban fueran de sus camas tan tarde. Eran como las dos de la madrugada y por una cosa u otra, el castaño tampoco había logrado conciliar el sueño. Por lo que con su pijama puesto, ni se molestó en colocarse las pantuflas ni tomar su varita. Simplemente se quitó la camisa del pijama, para que no le molestara, puesto que tenía algo en mente. Salió, con el torso desnudo fuera de la común. Y una vez allí, en el séptimo piso, su cuerpo se contorsionó y antes de que uno pudiera parpadear, en su lugar había otra cosa. Se había transformado en un tigre de bengala, imponente. De pelaje lustroso y brillante, anaranjado, con rayas negras y pelo blanco en las extremidades y el torso. Con sus ojos felinos observando en la oscuridad, el enorme animal comenzó a bajar los peldaños de la escalera con impresionante velocidad y agilidad a la vez.
Los cuartos trasero de la bestia bajaron los últimos dos peldaños que daban al quinto piso. Y entonces, la fiera, cuan larga era, comenzó a avanzar por un corredor. Dobló a la izquierda en la primer esquina y continuó su paseo sin un rumbo fijo. No tenía una idea clara de qué quería, ni pretendía. De hecho, solo quería salir a disfrutar el castillo, silencioso como solo él era, en las noches.
Perdió la noción del tiempo de cuanto estuvo recorriendo en su totalidad la planta alta del colegio, cuando ya casi la había visto por completo. Como si no la conociera. Finalmente llegó a la estatua de Gregory al Halgador y el felino se quedó quieto. Con la cola parada, las orejas atentas y la vista clavada en una silueta que le daba la espalda. ¿Qué hacía aquella chica a esas horas ahí? Fred no lo sabía, pero tampoco le agradaba la presencia, a esa distancia y pese a su vista animal, no la reconocía. Se acercó sigilosamente, sin hacer el menor ruido con sus patas de animal. Hasta que entreabrió las fauces, enseñando su hilera de dientes marfileños y filosos, amenazantes. Y entonces, esperó, se quedó expectante a ver que hacía la joven alumna cuando volteara.

Canta mirlo, canta al sol que se desvanece lento en el horizonte, canta a la noche que llega y al día que se va. Canta una triste canción de despedida, y una alegre de bienvenida. Siempre canta y no te aburras de cantar, porque tu voz es mi guía en este camino para andar... La joven escribía en un pergamino aburrida, el mismo ya llevaba varios garabatos e intentos vanos de dibujos que nunca lograba que quedaran bien, y simplemente los tachaba una ves terminados. La idea de escribir cosas que no tenían sentido, le gustaba, en especial porque le gustaba pensar que eran como recuerdos, recuerdos olvidados que regresaban a su mente. Y también, escribir y dibujar la ayudaban a algo, a evitar. Evitar pensar. Así de simple, hubiera pasado toda la tarde montada en su escoba, si eso no significara que debía quedar a sola con sus pensamientos, y eso la aterraba desde su encuentro con Rose. ¿Porque? Simplemente, ¿Porque? Esa era la pregunta que rebotaba en su mente continuamente. ¿Porque? ¿Porque a ella? ¿Porque ahora? ¿Que había hecho? Si, quería saber que era su pasado, pero que de pronto, ahora, justo ahora, apareciera un diario que ella misma había escrito, se negaba. Rotundamente. No lo leería. No señor. Ni Merlín ni Morgana ni nadie lo iba a lograr y por eso no lo había contado a alguien. Su hermano o amigos se llegaban a enterar y la obligarían a leerlo y eso era algo que no quería hacer, o eso creía, en verdad aterrada. Eso era lo que la mantenía despierta al medio de la noche, escribiendo aquella frase que se le ocurrió cuando vio la puesta de sol. Los nervios y el miedo le carcomían el sueño.

Abrió las cortinas de su cama, y pudo ver todas las demás cerradas, en silencio se escapo a los pasillos. Se quedo mirando la pared por unos minutos, necesitaba distracción, una fuerte distracción. Observo el primer cuadro que vio, había sido pintado en 1932, bordes de bronce ante la deshonra que había sido a la familia. Comenzó una visita guiada por ella misma. Río cuando observo el Tapiz de Barrabás el Chiflado, por la forma en la que reía. Generalmente ese cuadro la hacía reír. Dejo escapar un bostezo. Su cuerpo sentenciaba hora de ir a dormir, por fin. Giro sobre sus talones dispuesta a regresar a su dormitorio cuando lo vio. Un Tigre de Bengala que helaba la sangre. Pestañeo un par de veces sin saber que hacer, con el cuerpo tieso como el mármol, sintiendo como la sangre escapaba de sus venas. -Genial, ya me debo haber quedado dormida como Barrabás.- Dejó escapar con un deje de sarcasmo que quedo flotando en el aire, porque claramente era imposible que un tigre de bengala estuviera en la séptima planta. India, Nepal, Bangladesh, Bután, Myanmar y China, todos esos lugares pasaron por su mente. Imposible. Imposible. Se dijo en su mente varias veces. Estoy soñando. Pero aún así no se movió, y se quedo allí, esperando que si eso fuera un sueño alguien la despertara, y que no sea un profesor porque no tenía ganas de quedar castigada.

”Un camino de ida y vuelta…”

Con su vista felina no perdió detalle de la reacción ajena. La piel de por sí pálida, se tornó blanca leche. El miedo había invadida a la joven y eso hasta se podía saborear. ¿Así se sentirían los mortífagos cada vez que acorralaban una nueva víctima? Fred no podía negar la sensación embriagadora que era, saborear el miedo ajeno. Pero la aborrecía y por eso, se sintió mal inmediatamente. Un gruñido gutural escapó de las fauces de la bestia, al escuchar sus palabras, siempre olvidaba lo raro que era escucharse reír en su forma atigrada.
Decidió por fin dar un pasó al frente, moviendo sus dos patas izquierdas. Mientras movía la cabeza, lentamente, de abajo hacia arriba, estudiando a la chica. Al encontrarse con aquel cabello pelirrojo, supo al instante, que no era ninguna de sus primas. Pero además, supo quien era y al llegar a su rostro, lo confirmó. La sorpresa lo invadió momentáneamente, abriendo paso a unas pulsaciones de su corazón, aumentando su ritmo cardíaco. ¿Qué era aquello? ¿Ansiedad? ¿Nerviosismo? No lo sabía, pero le disgustaba y gustaba al mismo tiempo, dos sensaciones que no era lógico que coexistieran frente a una misma cosa, por primera vez lo hacían. Aunque, ¿no sé trata de eso los sentimientos como el amor, la atracción y los sentimientos en general? ¿Cosas ilógicas?
Dejó la postura alerta y agresiva entonces. Relajó los músculos de su cuerpo animal y se acercó lentamente moviendo la cola, ya baja. Mostrándose amistoso, esperó a una distancia corta pero prudente a que la chica asimilara todo. No quería ahuyentarla, pero tampoco se transformaría. No iba a demostrarle, quién y qué era a la vez. Por mucho que despertara en él la joven, no se había ganado ese grado totalitario de confidencialidad y confianza.
Terminó sentado, sobre sus cuartos traseros, cual canino, mientras abría totalmente sus fauces, escapándosele un gran bostezo. Dejando ver sus hileras e hileras de marmolados dientes filosos y destacando sus cuatro colmillos sin pretenderlo. A la vez que se exhibía una lengua felina con las características vellosidades. Cuando logró controlar aquel impulso irremediable y cerró el morro, la miró con sus ojos gatunos. Dos pupilas rasgadas centradas en dos iris de un verde tan intenso que la misma chica podía ver su reflejo en ellas y perderse en la mirada del animal que no era ciertamente un animal. Dobló la cola hacia arriba y la balanceó de un lado a otro, jugándole mientras ronroneaba en un tono bajo, mostrándose inofensivo. Su sentido de la curiosidad, le dictaba ver hasta que punto aquella chica podía llegar con el animal y cuanto se atrevería a acercársele. Quizás hasta podrían terminar con la clásica amistad que establece el ser humano con los animales domésticos. Solo que ella la entablaría con un gigantesco felino carnívoro devora hombres. Nada extraño si se preguntaba.

Allí parada frente aquel animal no pude evitar que su mente se llenara de preguntas, frases, afirmaciones, que negaban tanto la existencia como la confirmaban. ¿Sueño o no? Si quería irse debía dar un paso a delante. Podía haberse quedado dormido y tan solo estar alucinando, por ahí se había vuelto loca, lo que era bastante probable, o por ahí todo esto era real. El castillo ofrecía un millar de cosas que eran imposibles que pasaran en otro lugar, y ella allí estaba, las conocía sin recordarlas, pero sabía que eran reales, como sabía que la valentía no era algo nato en ella. Siguió mirando al tigre, esperando que este saltara a atacar, pero nada de eso ocurre, simplemente se vuelve, la observa y se sienta. Sin poder evitarlo puede reconocer algunos movimientos similares a los de su gato, Pitagoras, solo que ese era mas chiquitito, mas inofensivo, y mas gruñón. Casi inconscientemente, la pelirroja cruza sus brazos llena de curiosidad.

Teoría de la realidad numero uno, esto era una ilusión, un sueño demasiado vivido y real que se presentaba ante ella para que no fuera a dormir y se quedará allí, como si el destino tuviera otras cosas programadas. Pero eso era demasiado flipado, según ella misma, por lo tanto lo descarto como la teoría causada por el sueño y el cansancio, por lo tanto carente de sentido, en especial, de sentido común. Teoría numero dos, estaba parada frente a un tigre de bengala. Si, esa era la teoría mas correcta que podía tener, la pregunta era. ¿Y ahora que hacía? Temía moverse, incluso había pensado en dar un paso hacía atrás cuando el tigre había avanzado, pero no había podido. ¿Sería tan inofensivo como aparentaba?
Cuando su hermano lo ofreció la escoba que antes era de ella, le dijo que amaba ese deporte, ella solo veía una escoba que vagamente le parecía familiar, pero no sabía lo que podía pasar hasta que monto y toco las nubes. Hasta que probo.

Temeroso y tembloroso dio un paso adelante, hasta estar mas cerca del animal. Quizá si se había vuelto loca, en realidad, era lo mas probable. Lentamente estiro su brazo, mientras en su mente se repetía la frase que afirmaba que todo estaría bien, no había peligro y no la lastimaría. Estiro su brazo hasta llegar a la oreja del felino, pudo sentir los cosquilleos del suave pelaje, pero espero, espero a que la criatura se dejara acariciar, mientras ella simplemente tenía el brazo a menos de dos centímetros de su cabeza.

"...que termina en la cerveza"

El gigantesco gato, por llamarle de alguna manera. Demostraba –sin proponérselo- rasgos demasiado ¿inteligentes? para el animal que era. La perspicacia con la que ladeó, juguetón, la cabeza hacia un lado observando su cruce de brazos era una. La reacción en respuesta a las acciones de la chica con el cabello cobrizo era otra. Eran reacciones humanas en un animal salvaje, cosa lógica, tratándose de un animago.
La tensión en la muchacha era palpable a kilómetros de distancia. Generando así una macabra diversión en el interior del mago transformado. Aun así, se relamió, pensando que ablandaría y distendería la situación un poco. Gran error, no se dio cuenta que aquel gesto, quizás, podía ser interpretado como el predador que era, relamiéndose antes de ir a por su preza. Intentó arrugar la nariz, como si aun fuera un joven. Pero en el tigre se generó mucho más, un exacerbado gesto de disgusto con sus fauces también abiertas.
Rápidamente aflojó el gesto, recordando que era un animal. A veces, aunque pareciera increíble, se olvidaba que estaba transformado. Había llegado a ser algo tan habitual para él, que como animal intentaba hacer y tener las mismas actitudes que como humano. Y como humano se le escapaban de tanto en tanto, alguna que otra actitud felina, como ronronear al manifestarse o gruñir más de lo común. Al principio, siempre lo había hecho jugando, con quienes conocían su secreto. Pero a la larga, fue un rasgo que se arraigó en él muy profundamente.

. . .

Notó, con una reacción de antemano magnífica, el gesto de la Ravenclaw. Entonces se quedó muy quieto, para que ninguno de sus movimientos la asustara e hiciera echar atrás. Esperó tranquilamente a que reuniera el valor y estirara la mano. La cual siguió con sus dos ojos rasgados hasta su la copa de su cabeza. Una ligera decepción, imperceptible en un rostro felino como aquel, hizo acto de presencia en su interior. No se había animado, no del todo.
Entonces decidió cambiar su actitud e intentó tensar los músculos de sus extremidades delanteras, para así ganar altura. Consiguiendo de ese modo, erguido totalmente en esa posición, que sus orejas rozaran la palma de su mano. Y tan solo por su mera travesura y dejar claras las cosas, comenzó a balancearse de atrás hacia delante y desde adelante hacia atrás, rozando adrede la suavidad de sus oídos contra la yema de sus dedos.
No esperó respuesta alguna y se paró de sus cuartos traseros, perdiendo altura. Se movió con gracilidad y rapidez dignas de un felino y comenzó a moverse entre sus piernas, jugando con la chica. Se frotó adrede contra las mismas buscando el roce de su lomo contra las mismas, como si quisiera mimos. Cosa que muy a pesar del orgullo y dignidad del muchacho, era cierto.

Su respiración recupera su ritmo normal cuando el tigre se estira para dejarse acariciar, y pese a que ese se movía, Brenda de todas maneras lo acaricia en la oreja. Se sentía bien volver a respirar, pero notaba que había algo extraño en todo eso, y lo había, acababa de eliminar la posibilidad de que eso fuera un sueño, que no fuera real. ¿Entonces que estaba pasando allí? Y mas que esa pregunta no podía imaginar, si bien hacía un rato tenía sueño, ahora estaba mas que despierta. La sensación de peligro, la adrenalina o lo que sea, hacía que sus ojos marrones estuvieran abiertos como si acabara de levantarse, y sus sentidos activos. Eso le permitió flexionar levemente las rodillas, en busca de una postura mas firme cuando el tigre apoyo su lomo en ella, quien dio un paso atrás y tuvo que hacer un gran esfuerzo para no caer. Dejo escapar una risa mientras acariciaba a la bestia. Había algo de lo que se estaba perdiendo claramente. Como el hecho de eso estuviera allí, en ese piso, y no la hubiera atacado si bien la vio. Esas dos cosas debían estar conectadas de alguna manera. Había escuchado que algunas personas tenían lobos como mascotas, incluso algunas hasta tigres, pero, usualmente, no los dejaban entrar al colegio, puesto que debían quedarse en el mismo cuarto que el dueño, y, bueno, ningún director quería explicar como es que un estudiante termino siendo comida.

-Me rindo, me quieres decir que información me estoy perdiendo para explicar esta situación?- Viendo eso desde un punto lejano se sentía mas que ridícula, ¿Quien ve a un tigre de bengala y le hace caricias? Es decir, el instinto indica que hay que salir corriendo, o eso haría la mayor parte de la gente que tiene sentido común. Y mas aún, ¿Quien se ponía a hablar con un tigre de bengala que tenía los dientes lo suficientemente grandes como para arrancar su cabeza? Definitivamente, la perdida de memoria la había vuelto mas anormal de lo que se suponía. Pero aún así, la distraía, y eso era lo que ella había estado intentando hacer todo el día, pensar en otra cosa que no sea ese estúpido diario. Frota con mas fuerza el lomo del felino, perdiendo por unos momentos la mirada. Luego con un gracial movimiento se deja caer sobre el suelo, y se sienta para quedar mas a la altura del animal y no tener que estar semi agachada, lo que significaba una posición mas cómoda. -¿Y ahora que voy a hacer?- Si ese animal pudiera responderle... aún que si llegaba a hacerlo sería oficialmente la noche mas extraña que hubiera tenido, y que recuerde haber tenido. Aún que sería bueno que alguien respondiera esa pregunta, solo que estaba cansada de que le dijeran que tenía que hacer o decir o como tenía que actuar, y tampoco tenía ganas de que le dijeran que tenía que leerlo. Ciertamente ese cuadernito le daba mas miedo que el mismo tigre que estaba acariciando, mas ese parecía mas inofensivo, paradojicamente.

”Y ruego a Dios que esto termine…”

El gigantesco gato ronroneó de forma gustosa y expresiva en cuanto sintió que su caricia le era propinada. Comenzó a moverse rápidamente entre sus piernas, describiendo un perfecto ocho, antes de quedarse contra sus rodillas, echando el lomo. Arqueó la espalda, cuando sintió la mano femenina indagar sobre su espinilla dorsal, rascando y acariciando, sintiendo la estructura ósea de sus piernas flexionado rozar su costado.
Gruño gustoso, manifestando la placidez de la cual disfrutaba, cual cachorro y entre abrió las fauces en una mueca. Lo que pretendía en realidad ser una sonrisa.
Al escucharla sin embargo, el Fred humano, interno de la bestia rió. Era sumamente divertido, imaginar lo confusa que debía estar la joven. Era una situación, cuanto menos bizarra he inexplicable para la Ravenclaw. Y aquello, el león intuía, debía estar matándola. Elevó la cabeza y le clavó su mirada, mientras se lo preguntaba, poniendo una expresión neutra. Buscando que la pelirroja interpretara al animal como un: “¿de que hablas? Yo soy un simple tigre”.
Se apartó de echa para alejarse unos pasos y volver a voltear con agilidad, viendo como se sentaba en el frío suelo. Se acercó contento a ella nuevamente y con la cabeza, frotó su morro contra su cuello luego contra su mejilla, rozando con sus bigotes su tersa piel. Descendió un poco mas, empujando su cuello y el nacimiento de su pecho. Utilizando sus grandes músculos animales para deslizarla por el suelo contra la estatua, para que la utilizarla de respaldo.
La miró y soltó un rugido, suave y portentoso, buscando que no resonara más allá, atrayendo otros merodeadores. Pero demostrando con aquel ruido que estaba satisfecho con el resultado. Se acercó a ella y de un salto, apoyó las patas delanteras en sus hombros, procurando no dañarla y la miró a los ojos por unos largos segundos. Buscando perderse en su mirada, adivinar que pensaba, que sentía. Que quería, quién era y qué pretendía. Intentando calmar las sospechas que oprimían el pecho del Gryffindor a veces. Terminó de acercarse a ella y de costado se echó encima de sus piernas mientras estiraba una pata y le acariciaba con ella la mejilla, ronroneando por lo bajo, gustoso.

Si bien se estaba acostumbrando a tan anómala situación, no podía evitar seguir atenta a cada movimiento del animal, seguramente porque una parte de su mente le indicaba que en cualquier momento podía atacarla. En realidad no sabía demasiado sobre esas criaturas, dado que nunca había planeado encontrarse con una. Pero si sabía que tenían diferentes maneras de atraer a su presa, como los gruñidos del león llevaban a las mismas a encontrarse con la leona. Pero dudaba que ese fuera el caso, y en, a demás, estaba pensando en una especie diferentes. Brenda ya no sabía que pensar, esa era su verdad. El libro la distraía demasiado, y nublaba su mente con temor, y aquella situación no tenía una explicación que tuviera cabo y rabo. Quizá simplemente era mejor no pensar, se dijo en su mente y cuando alzo la mirada se encontró con la del animal. Por un segundo su corazón dejo de latir y sus pulmones contuvieron la respiración, pero entonces el tigre comenzó a moverse nuevamente, la llevo a rastras contra la pared, incluso antes de que ella pudiera hacer algo para frenarse. A penas entendía que pasaba, y mucho menos podía pensar en que se suponía que debía hacer. Simplemente miraba al animal y esperaba que este no la atacara, que volviera a ser inofensivo. El mismo, coloco sus patas en los hombros de la pelirroja, y antes de que pudiera sucumbir ante el peso, el animal se dejo caer en sus piernas que quedaron inmóviles por el peso.

Su corazón tras lo ocurrido empezó a palpitar a gran velocidad, y ella se esforzó en respirar con algo que se asimilara a la regularidad. Luego dejo escapar una risa nerviosa. Antes de eso le gustaba sentir un poco de adrenalina, bajar en picada desde la escoba, preguntarse que se sentiría saltar del acantilado o del puente colgante -siempre y cuando tuviera algo que no hiciera que la caída se convirtiera una muerte instantánea-, pero nunca había tenido tanta valentía de probar algo como eso, y tras esta experiencia, dudaba que fuera a hacer algo 'atrevido' alguna vez en su vida, salvo, claro, que olvidará todo y debiera tener que volver a empezar, nuevamente. Erradico ese pensamiento antes de que esa pequeña bola se convirtiera en una avalancha, y con mano temblorosa volvió a acariciar al tigre. Suspiro al ver que, posiblemente, todo el temor había estado en su cabeza, y no existía gran peligro en realidad. -Esta bien, me quedo calladita- Dice no muy convencida y con la boca chiquita, pensando que esa había sido la razón por la que había actuado así el animal, y para buscar un respaldo, pero esa idea la tenía muy floja en su mente. -Pero tienes que aceptar que esta situación es muy poco común y que después tendré que buscar una explicación que no ponga en dudosa credibilidad a mi cordura- Agrega divertida. Creo que mi cordura ya perdió credibilidad hace mucho, piensa internamente y con un poco de tristeza, pero sonríe y continua actuando como si nada.

”…Para poder ser el de antes”

La diversión del castaño aumentaba a medida que tomaba consciencia del terror que invadía a la pelirroja. Al mismo tiempo que su confusión e incredulidad eran palpables. ¿Pero quién no reaccionaría así? James y Rose probablemente, porque sabían que era. Chloé. Pero nadie más.
La magnífica bestia, dio dos vueltas a su alrededor, rápidamente, cual minino que busca enrollarse en las piernas de su dueño. Solo que, el minino en realidad era una fiera, de ciento cincuenta kilogramos de músculo y con unas fauces afiladas y una lengua capaz de desgarrar la carne del hueso. Detalle que debía tener presente para no despistarse y tratar de lamerla, aunque sea a modo de juego.
Luego de haberla, “sujetado por los hombros”, del mejor modo que un animal podía, el gran gato se echó a sus pies. Fred de alguna forma, pretendía hacerla hablar. Como si quisiera volverla loca y no en el sentido que anhelaba y no se atrevía, para que hablara efectivamente con un felino. Con una bestia, que a priori no es capaz de entender el lenguaje humano. Ni es capaz de razonar, solo guiarse por instintos, por reacciones pre-establecidas en su código genético frente a una situación predeterminada.
Frotó de lado su cabeza, contra su pecho. Notando como su pulso se encontraba acelerado y ritmo cardíaco fluía con velocidad. Su risa, al borde del histerismo, se notaba más como una descarga de nervios que otra cosa. Mientras tanto el animal soltó un resoplido que se asemejó a una risa humana. Lo que le causó más gracia al Gryffindor e hizo que ronroneara y volviera a frotar su cabeza de lado contra su pecho, pero esta vez ascendiendo a su hombro y raspando con sus bigotes su mentón y mandíbula.
Al escucharla, “contestarle”, como si él le hubiera hablado antes, el tigre la miró, a los ojos. Entreabrió la boca, pero no en su totalidad. Y tampoco se mostró desafiante. Procurando así evitar movimientos bruscos y que ella se pudiera asustar de alguna forma. Luego, decidiendo que interactuaría con ella, para tornar aquella noche interesante, asintió con la cabeza, como si entendiera lo que le decía a la perfección. Cosa que en realidad si hacía. Frotó su morro recorriendo su cuello con curiosidad, cual fiel minino, actuando y luego se separó, sumamente divertido. No quería que callara, era la única que en ese estado podía hablar y el silencio entre ambos, no le tentaba.