Nombres y más nombres. Aburrimiento y más aburrimiento. J. S. Potter

Aunque no fuera mi lugar favorito en Hogwarts, había descubierto que cuando me sentía más perdido o frustrado – el comportamiento de Albus tenía mucho que ver en esos estados de ánimo atípicos en mí – solía acudir al tercer piso, a ver el salón de trofeos donde guardaban celosamente los nombres de los mejores estudiantes de Hogwarts. No era sorprendente que muchos de aquellos nombres fueran conocidos para mí – Lily Evans, prefecta de Gryffindor, James Potter, premio al mejor buscador, Ron Weasley, prefecto de Gryffindor, Hermione Granger, Premio Anual… los nombres seguían y seguían – y aparentemente ver lo que tantos familiares míos consiguieron debería de desmoralizarme, ya que ¿cómo alcanzar la gloria cuando otros ya la tuvieron?. En especial por una placa montada en uno de los aparadores principales “Harry James Potter, el héroe del mundo mágico”; mi padre, el gran Potter, el niño que vivió, el Elegido, el líder de los Aurores y la Orden del Fénix, aquel que dio su vida por el mundo mágico y no sé cuantas estupideces más que se ocurre llamarlo a la prensa. Es obvio que el niño de ese gran hombre debería ser igual de noble, audaz, carismático, valiente, y chorrada y media, pero vaya decepción que se llevó el mundo mágico al ver que James Sirius era más parecido a su abuelo y al padrino de su padre que a Harry Potter.

En ocasiones deseaba ser uno más, tener un apellido que no significara nada, para poder crear un nombre y una reputación aparte de la de mi familia. Así que asistir a la Sala de Trofeos significaba ver los logros de mi padre a los ojos, y juntar la determinación suficiente como para darles cara y decirme a mí mismo que podía hacerlo mejor, que el apellido Potter no definiría que clase de persona era, al igual que mi mejor amigo Fred no era la sombra de su tío, otro gran héroe, Fred Weasley. Lo que no esperaba era que una chica vagara por esa sala, con la cabellera castaña cubriendo la parte de su espalda que me era visible y con actitud pensativa, como si pensara que clase de castigo recibiría si volaba en pedazos todas aquellas memorias de latón. Con sumo cuidado me acerqué, tratando de que no notara inmediatamente mi presencia, hasta que pude ver el brillo esmeralda en su ropa y toda buena intención que tenía se hiciera polvo.

- Vaya, vaya. No es usual ver a una serpiente deslizándose en el área que aún conmemora logros de otras casas.

A pesar de que el símbolo en su pecho la marcaba como mi enemiga, no podía dejar pasar la belleza de su rostro altanero y sus bellas y agresivas facciones, por lo que mi sonrisa fue a medio camino entre la agresividad y la socarronería. Al final, al igual que Sirius Black, tenía cierta debilidad por las mujeres hermosas, sean Gryffindor o Slytherin.

- ¿Buscabas a alguien en especial, o sólo te decidías por cual vas a destruir primero?

Por un momento llegué a pensar que Skyller había ignorado mi pregunta, por lo que sonreí de manera burlona y estaba a punto de llamarla con el mote que le había robado a Albus – robar la correspondencia de tu hermano no podía ser considerado técnicamente un robo, vivíamos en la misma casa – que, a mi parecer, le daba cierto toque adorable y femenino que aumentaba el interés que sentía por la Slytherin, cuando la chica se giró hacia mí y me respondió algo que ni en mis más locos sueños había esperado, mientras sus ojos de un interesante color avellana recorrían mis facciones, valorándolas, evaluando si era lo suficientemente atractivo como para merecer su atención. Eso me agradó, porque bien saben Merlín y Morgana que yo si consideraba dos veces a que persona dirigir mi atención – no todos eran dignos de que James Potter les dirigiera la palabra –, así que la semejanza entre nuestros caracteres hizo que se me facilitara un poco más hablarle con esa coquetería descarada que se había convertido en mi firma.

- Si me estabas esperando realmente, debería considerarme afortunado.

Mi sonrisa descarada e insinuante apareció en mi rostro, mientras me acercaba un poco más, lo suficiente para poder decir que su cabello, que en un inicio me pareció castaño, era más bien de un tono café rojizo que hacía armonía con su rostro blanco y de apariencia suave, como el de toda buena y bella señorita. Antes de que me diera tiempo de comprobar si mis ideas sobre la textura de su piel eran correctas, Skyller me sorprendió pasando una de sus manos  - pequeñas, delgadas y tan seguras de sí mismas que hicieron que mi corazón perdiera su ritmo por un momento – por mi mejilla. Por un incoherente momento, di gracias a Merlín que esa mañana había decidido rasurarme, así ella podría sentir por completo mi piel, en lugar de lastimarse con los rasposos rastrojos que mostraban mi adolescencia y próxima madurez.

- Éste no es un lugar muy concurrido, y si no vienes a destruir estas memorias, podríamos hacer algo mucho más interesante.

Estaba a punto de acercarme más a su rostro, cuando la chica se volteó, una maraña de pelo castaño rojizo casi golpeándome como una cortina. Sonreí en mis adentros, ya que las chicas difíciles siempre me habían parecido más atractivas. ¿De qué servía una mera diversión, si no tenías que ingeniártelas para ganártela? Reí, y aprovechando la situación, me coloqué muy cerca de su espalda e incliné mi rostro, lo suficiente para sentir el cosquilleo de su cabello en mi mejilla y el calor de su piel contra la mía. Susurré a su oído, mientras mis manos rozaban – más bien era como el fantasma de un roce, apenas un ligero contacto entre su piel y la mía – sus hombros.

- ¿Qué dices? ¿Dejarías que un Gryffindor te demuestre lo que es bueno?

Tenía la suficiente confianza en mí mismo para conocer su respuesta, pero ante todo respetaba a cualquier chica que se había ganado mi atención, por lo que esperé con paciencia su respuesta, mientras que mi piel se apropiaba del calor de la suya y mi nariz se llenaba con el olor de su perfume, o quizá del olor que la caracterizaba a ella.